SOCIALISMO Y DEMOCRACIA

Wladimir Turiansky    03/03/2011

En VOCES del 10/2 se publica un artículo titulado SOCIALISMO DEMOCRÁTICO, cuyo autor es Heber Gatto. El tema de este artículo, y la forma en que se encara es por demás sugerente, de rigurosa actualidad, y que impone la reflexión. Se pregunta y nos pregunta: Socialismo y democracia ¿son compatibles? Y apoyado en sus concepciones filosóficas, que define como liberalismo, procura demostrar que no lo son, y que el socialismo, en última instancia es la negación de la democracia.

No me propongo polemizar con el autor ni con el artículo. No concordando, como es obvio, con la tesis que maneja, le agradezco en cambio que su publicación da pie para reflexionar sobre el socialismo y sobre la democracia, sobre sus contenidos y sobre su interrelación. Copio a Gatto y me propongo también echar mis versos del alma.

DEMOCRACIA.

¿De que hablamos cuando hablamos de democracia? Tal parece que no nos podemos referir a ella si no le agregamos algún calificativo. Así por ejemplo, si bien Gatto comienza su interesante artículo refiriéndose a la democracia como valor entendido en sí mismo, no demora en incorporarle el calificativo “liberal”. Es decir, en realidad considera incompatibles socialismo y democracia liberal. Es muy probable que yo coincida en esto con Gatto, y afirme también que socialismo y democracia liberal son incompatibles. La democracia liberal, como la define Gatto en su artículo, ha alcanzado los valores que menciona en tiempos muy cercanos, y se la identifica tanto con la libertad de comercio que se suele disimular bastante la gran distancia que existe entre intenciones y realidades. Así por ejemplo, y para no irnos lejos, nuestra primera Constitución, primer documento liberal de nuestra historia republicana, excluyó de derechos políticos a mujeres, analfabetos, esclavos, peones jornaleros, soldados de línea, deudores del Estado, ebrios, procesados con causa penal y sirvientes a sueldo. Con el liberalismo como bandera, Inglaterra construyó su vasto imperio, que tuvo a la India como la”joya de la corona”. Los indios, sin embargo, no gozaron de los bienes del liberalismo, ya se sabe, y sólo con la independencia, muchísimos años después, esa principal “joya” de los ingleses, la India, pudo aspirar a construir una democracia en la que su casi millar de millones de habitantes pudieran aspirar a algún derecho. Agreguemos que en el mundo costó mucha sangre, sudor y lágrimas alcanzar el sufragio universal, hasta hoy limitado en muchas democracias liberales.

Pero no radica solo en esto mi coincidencia en torno a la incompatibilidad de la democracia liberal con el socialismo.

 La democracia, pienso, es un sistema político cuyo fundamento es la igualdad. Y no estoy inventando nada. Bajo la triple consigna de la libertad, la igualdad y la fraternidad el pueblo de París se lanzó a las barricadas y demolió los muros de La Bastilla en 1789. ...“Ved en trono a la noble Igualdad” declama en uno de sus versos el Himno de nuestros hermanos argentinos. “Nadie es más que nadie”, suele repetir a manera de slogan nuestro Presidente.

Ahora bien. Mirada desde ese ángulo, se puede decir que la democracia es aún un objetivo no alcanzado por los seres humanos, en la misma medida que las sociedades en las que este concepto se ha desarrollado, desde la Atenas de los siglos IV y V A.C. hasta las sociedades burguesas generadas por las revoluciones europeas de los siglos XVI y XVII han sido sociedades caracterizadas por la desigualdad, desigualdad económica, desigualdad social y desigualdad política. Por cierto incluyo aquí tanto las sociedades de economía liberal, o neoliberal como las sociedades del llamado socialismo real. El mundo globalizado de hoy es un mundo en el que reina la más profunda desigualdad, y como nunca la lucha de los pueblos por las libertades democráticas se une de manera indisoluble a la lucha por la igualdad.

Por eso me atrevo a afirmar que el capitalismo es la antitesis de la democracia, y que hoy, como siempre, la democracia existe como aspiración y conquista de los desposeídos.

Y por eso afirmo que el socialismo, pensado como superación del capitalismo y de sus contradicciones fundamentales, resulta ser el sistema en cuyo marco la democracia puede realizarse plenamente.

SOCIALISMO.

Siempre hemos afirmado, siguiendo las tesis marxistas, que el socialismo implica liberar a las fuerzas productivas del freno que le imponen las relaciones de producción existentes y, en consecuencia, generar así un nuevo impulso para el desarrollo de esas fuerzas productivas.

¿Es tan así?. ¿Es que nos proponemos desarrollar las fuerzas productivas en la misma dirección que el capitalismo?. Creo que no. El desarrollo capitalista de las fuerzas productivas se inscribe en una contradicción fundamental. El capital, dice Marx, “se esfuerza por encerrar en los estrechos límites de la ley del valor las inmensas posibilidades que la ciencia y la técnica abren para el desarrollo de las fuerzas productivas. Encerradas en esos estrechos límites, terminan por estallar”. (Grundrisse). En esas condiciones, la producción orientada al único objetivo de la tasa de ganancia, no sólo termina por hacer “estallar” al sistema, sino la vida misma sobre el planeta. La devastación de los recursos naturales, el cambio climático generado por procesos productivos sin control, la marginación de las poblaciones en inmensos territorios del planeta, todo esto hace que la pervivencia del capitalismo se transforme en un peligro para la continuidad de la vida.

De manera que el socialismo implica no sólo promover la socialización de los medios de producción (y, como veremos luego, fundamentalmente la socialización de la gestión), como forma de superar la contradicción fundamental del sistema, sino asimismo implica el desarrollo de las fuerzas productivas en otra dirección. Una dirección humana, racional, sustentable. Y este objetivo ya no es patrimonio exclusivo de los asalariados. La contradicción a superar incluye fuerzas sociales mucho más vastas, y es mundial. 

¿Qué quiero decir? El capitalismo ha demostrado una casi infinita capacidad para el desarrollo de las fuerzas productivas. No hay creación científica, en cualquiera de los ámbitos del conocimiento, que el capitalismo no sea capaz de transformar en objetos de consumo. Desde este ángulo parece que la tesis marxista de que “en cierto momento el desarrollo de las fuerzas productivas entra en contradicción con las relaciones de producción existentes que, de impulso se transforman en freno”, amerita ser corregida. La limitación del mercado, fruto del carácter desigual de la distribución, se sustituye por el carácter ilimitado de la oferta de bienes en un mercado restringido, cada vez más restringido, digamos 1/3, no mucho más, de la población de la tierra. La contradicción a superar es entonces ésta, entre la oferta ilimitada de bienes y las leyes del mercado que impiden el acceso a los mismos a miles de millones de seres humanos. El sistema capitalista por su propia naturaleza se ve imposibilitado de resolverla. Es por aquí que el sistema termina por estallar (Marx dixit).

De manera que lo que el socialismo vendría a superar es ésta contradicción, y esto sólo puede hacerse cambiando las reglas de la distribución, de tal manera que esa oferta ilimitada de bienes satisfaga las necesidades de la población mundial, sin exclusiones.

Pero claro, aquí nos surge un problema. La distribución viene determinada por el modo capitalista de producción. “...Entre la producción y el producto se interpone la distribución, quien determina, mediante leyes sociales, la parte que le corresponde del mundo de los productos, interponiéndose por lo tanto entre la producción y el consumo”. Y claro, la productividad creciente de la fuerza de trabajo generada por los avances científicos y tecnológicos de los que el capital se apropia, siendo como es un patrimonio de la humanidad, hace que objetivamente sea cada vez más pequeña la parte que del mundo de los productos le corresponda al productor, y el grueso se transforme en riqueza acumulada en manos de esos personajes que pueblan luego las páginas de Forbes o Fortune,    

Vuelvo a una cuestión que quedó enunciada más arriba.

Siempre hemos identificado el socialismo con la propiedad social de los medios de producción y circulación, pero tan o más importante que la propiedad es la gestión. La propiedad, o la expropiación, no pasa de ser, al decir del francés Seve, un acto jurídico. La gestión requiere aprendizaje, y es en la gestión, y no en la propiedad, donde la riqueza se genera. Es necesario reconocer que en ese terreno, el de la gestión empresarial hay mucho que aprender del capitalista moderno. Por eso es importante la coexistencia de la propiedad privada junto a la social. La primacía de una sobre otra no puede resolverse por decreto. Habrá de depender del nivel de eficiencia con que cada una de ellas sea capaz de operar. En nuestro caso particular contamos además con una forma de propiedad, la estatal, con una eficiencia de gestión en algunos casos superior a empresas privadas de primer nivel, que bien puede oficiar de puente y estímulo para el desarrollo de empresas cooperativas o autogestionadas, y de aprendizaje de sus cuadros dirigentes. Pero repito, la capacidad de gestión implica un aprendizaje, no tiene el carácter de acto como lo es socializar la propiedad. Por eso debemos concebir el socialismo no como un modelo económico acabado, sino como un proceso, en el que tiene importancia tener claro el objetivo tanto como el conjunto de factores que determinan el ritmo.

Por último. Es por demás conocida la tesis marxista acerca de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción existentes.

Partiendo, más allá de otras cuestiones, del hecho objetivo, el dato casi, de que tal contradicción existe, la pregunta a responder es : ¿cómo se expresa en la práctica social su superación?

Ocurre que cuando la burguesía revolucionaria europea, siglo XVIII,  toma el poder, se ha generado en el seno de la sociedad de la época, no sólo su modo de producción aún en forma embrionaria, aquél que se siente limitado en su desarrollo por las relaciones sociales de los regímenes monárquicos emergentes de la época feudal,  sino asimismo el desarrollo de la conciencia social, que se va impregnando del nuevo pensamiento en ascenso, de sus nociones del derecho y de la justicia, de su cultura y de sus hábitos. En una palabra, se va generando una nueva hegemonía, contra-hegemonía si la consideramos en relación a la cultura dominante. Ello se va gestando en el seno de la sociedad anterior a la revolución y  se consolida con el proceso revolucionario, es decir, que la construcción de la hegemonía es previa, y tal vez condición, para el acceso al poder.

¿No requiere todo proceso de transformación revolucionaria de la sociedad, no sólo la eventual constatación de contradicciones en la economía o en el proceso productivo que lo tornan inviable, sino la constatación asimismo del surgimiento de nuevas nociones en torno al derecho, nuevas formas culturales, etc., que vayan expresando en el plano de la conciencia lo que está por nacer en el plano de la base material de la sociedad? Hablo de la construcción de una nueva hegemonía, la hegemonía de las capas, sectores, y clases sociales que componen la base social del cambio que ya se viene gestando en la base material de una sociedad.

Como se ve, hay más preguntas que respuestas, pero por suerte o por desgracia, las tormentas de la vida nos barrieron los esquemas.