lunes, 7 de septiembre de 2015 

Por  Manuel Monereo

Para Moreno Pasquinelli 

“Si la Unión Europea es incapaz de ayudar  a 

los países de una manera verdaderamente 

colegiada y asociativa, debería proceder a 

desmantelar la inviable unión monetaria y 

empezar un nuevo proceso de integración 

más creíble”. Oskar Lafontaine, 2015

 

En unos días, la editorial El Viejo Topo publicará el polémico ensayo de Jean Luc Mélenchon ‘El arenque de Bismarck (El veneno alemán)’. El conocido dirigente de la izquierda francesa no tiene ningún problema en denominarlo panfleto, tampoco oculta la motivación última del mismo: denunciar el “tratamiento” que la Troika, en general, y Alemania, en particular, están aplicando a la Grecia de Syriza. Hoy sabemos que las cosas han ido a peor y que los poderes de la Unión consiguieron que Tsipras capitulara. Una tragedia, no solo griega. 

La indignación ha dado paso a una rabia contenida y pareciera, esperemos, que se abre paso una crítica más de fondo de este sistema de dominación que ha devenido la Europa alemana. Poner fin, en definitiva, a un debate prohibido que impide discutir a fondo sobre la Unión Europea (su naturaleza política y de clase; su papel geopolítico o sus relaciones con los EEUU, OTAN mediante) y sobre el papel del Estado alemán. Ambas cosas están íntimamente unidas y ya no se pueden separar. 

Quizás merecería la pena resaltar, antes de continuar, que el ensayo-panfleto de Mélenchon cabe enmarcarlo en una discusión más amplia, especialmente rica y estimulante, que se ha venido dando en la ‘decadente’ Francia desde hace años. Los nombre son conocidos, Chevènement, Sapir, Cassen, Lordon, Todd,… todos ellos, desde sus diferencias, se caracterizan por una crítica seria y cada vez más argumentada contra la Unión Europea, desde la defensa del Estado nacional republicano y, más allá, por la impugnación del proyecto globalitario que tiene en su centro el dominio imperial de los EEUU. 

El panfleto-ensayo de Mélenchon tiene un objetivo claro, presentar la “otra cara” de un país que los medios no quieren difundir, intentado mostrar que el tan nombrado “modelo alemán” no tiene nada de envidiable; que oculta una sociedad envejecida, crecientemente marcada por las desigualdades sociales; unas relaciones laborales y sindicales cada vez más degradadas, donde la precariedad se generaliza y los salarios se reducen para una parte significativa de la fuerza de trabajo; el deterioro ecológico-social crece, con un insano y contaminante sistema agro-alimentario, férreamente controlado por las grandes empresas de distribución de bajo costo y el dominio, tradicional en la historia alemana, de la industria química; todo ello, al servicio de un patrón de crecimiento basado, lo ha denominado así Lafontaine, en un nacionalismo exportador, desde una explícita estrategia neo-mercantilista. 

No se trata, aquí y ahora, de comentar los diversos aspectos del ensayo-panfleto que el socialista francés va enhebrando en su lúcida crítica de la Alemania de Merkel; tan solo, poner el acento en aquellos datos, que, de una u otra forma, tienen que ver con el modo en que el país teutón ejerce su dominio en la UE y que explican el contenido último de sus políticas. Mélenchon destaca, creo que es el centro de su escrito, en la reunificación alemana y en lo que él llama el “método” de anexión, lo que pudiéramos llamar los antecedentes necesarios para entender cómo y para quién manda Alemania. 

Lo primero que hay que señalar es que el Estado alemán, su clase política, sus gobernantes de ayer y de hoy –son prácticamente los mismos– saben muy bien qué significa aplicar en lo concreto y real la unión monetaria y económica a un territorio desigual, más débil y diferenciado: me refiero a la antigua República Democrática Alemana. El asunto es conocido y la palabra anexión explica con bastante precisión lo ocurrido. Un entero país, una sociedad, una economía y una cultura fueron destruidas, por así decirlo, en un abrir y cerrar de ojos. La ‘doctrina del shock’ fue sistemáticamente aplicada: privatizaciones, cierre de empresas, entrega de latifundios, puesta en venta del patrimonio público y ‘limpieza política’ de las instituciones y aparatos del Estado, empezando por las universidades. Las consecuencias: paro, emigración, incremento brutal de las desigualdades y degradación de los derechos sociales y laborales, especialmente para las mujeres. 

¿Los beneficiarios? las grandes empresas financieras y las grandes corporaciones industriales que, de pronto, se encontraron con 16 nuevos millones de consumidores, una mano de obra cualifica y disciplinada, y, lo que fue más importante, heredaron un amplio conjunto de contactos, redes y relaciones que las empresas de la RDA tenían con el antiguo campo socialista. No se debe olvidar que la ‘otra’ Alemania exportaba la mitad de su producto y que era, con mucho, el país más desarrollado de ese mundo. La ‘colonización’ del centro y del este de Europa comenzó con la anexión y, como dice Mélenchon, fue el descubrimiento de un ‘método’.