Como el tema sigue vigente, ahora se habla de un TIFA con Estados Unidos, publicamos este artículo aparecido en octubre de 2006 en La Revista de FUECI.             

    El libre comercio no existe.
                                                              Ruben Darío López.

Lo que  ha existido y existe es la necesidad de proclamar el libre comercio. Los países desarrollados, históricamente, han basado su crecimiento en proteger los sectores  débiles de su economía. El Imperio de hoy surge de una guerra civil donde el norte industrial y proteccionista derrota al sur terrateniente, esclavista y liberal. EE.UU. se convierte en potencia industrial  y luego de la 2ª Guerra Mundial  en fuerza dominante. No crece  bajo la bandera del libre comercio, por el contrario, y lo mismo había sucedido antes con Inglaterra. Proteger para crecer y acumular. Liberal para dominar.

Esta cuestión es esencial para el proyecto estratégico de nuestro país. Qué  relaciones comerciales con EUA, con la región latinoamericana, con China, India o Europa. El grado de acuerdos con cada uno, las formas
y contenidos que adquieran serán determinantes y definirán el perfil de nuestro desarrollo.
El gobierno ha puesto el tema sobre la mesa, pero no ha expuesto con claridad sus objetivos, más bien ha sido contradictorio, TLC, si o no o algo parecido. Igualmente en la relación con el MERCOSUR. Entonces la discusión y la polémica se dan en el terreno de lo abstracto y de las especulaciones, donde cada cual se maneja según sus temores o esperanzas. De modo que cabe analizar la situación y para que no se nos presenten los hechos consumados, es necesario el debate democrático y participativo entre todos, en los temas que conciernen a todos.

“Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda.
El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad” José Martí.

En el comercio mundial existe una feroz defensa de los intereses de cada país. Los países centrales protegen la producción agropecuaria, subsidian a otros sectores donde son menos competitivos, aplican  altos aranceles, barreras sanitarias y de otro tipo. De esta forma evitan conflictos sociales, económicos y políticos, manteniendo fuentes de trabajo y un nivel de vida muy superior al de nuestros pueblos. ¿Es posible un comercio libre donde prime la libre concurrencia de los distintos productores en el mercado mundial, donde ese mercado fije eficientemente los precios y decida quien gana y quien pierde?.

Los tratados de libre comercio se refieren mucho a excepciones y salvaguardas de los productos propios,
e ingresan en una ingeniería que debería compensar las ganancias y las pérdidas entre distintos sectores de la economía, donde seguramente, otra vez, ganarán  los más poderosos dentro de cada país.
Estos tratados abarcan un largo período de tiempo, desde la negociación hasta su vigencia  (5 años, 10, 15
ó más).  Cualquier acuerdo que nos condicione debe tener en cuenta los cambios que se están produciendo. Asia, por ejemplo, está creciendo a niveles muy superiores al resto del mundo. Mientras China ha crecido al 9% en los últimos 30 años, el resto del mundo lo ha hecho a un 2 ó 3%. India y Vietnam están al ritmo de la China de hoy. Con el resto de Asia son más de 3.000 millones de habitantes que año tras año mejoran su poder adquisitivo. En tanto China e India crecerán más de un 50% en 5 años, el resto del mundo lo hará poco más del 10%.
                                   No apartarnos de los pueblos latinoamericanos.
Porque hay otro actor privilegiado en este universo: los grandes capitales multinacionales que juegan su propio partido, por encima de los estados nacionales, con un poder económico mayor al de muchos países. Para estos capitales que se devoran entre sí y los más fuertes surgen más poderosos aún, las fronteras nacionales son una molestia. Así, la mayor contradicción se da entre nuestros pueblos sometidos a una absurda pobreza y las grandes empresas nacionales e internacionales que, en su afán de enriquecimiento, son incapaces de administrar la inmensa riqueza generada por los trabajadores.

De ahí entonces, ¿qué límite debería tener un tratado de comercio? El bienestar de los uruguayos se dice, más no todos entendemos lo mismo por "bienestar de los uruguayos”, o cual es el camino hacia él. Ese “camino” estará teñido por las ideas y concepciones políticas de cada uno y en no menor medida por el lugar que ocupe en la sociedad, en la propiedad y la distribución de la riqueza. Habría que precisar ese límite. La necesidad del desarrollo, con una mayor participación en la apropiación de los bienes sociales, de una más democrática organización del trabajo, que admita una mejor y más democrática distribución de la riqueza.
Un primer límite, entonces, no debería apartarnos del conjunto de los pueblos latinoamericanos. Hay intereses comunes que arrancan con la historia. Cultura, ideas, un origen, donde los pueblos nativos son colonizados, explotados y diezmados. Tras la primera Independencia, quedamos atados a  la dependencia económica, a la alianza de las oligarquías locales con el imperio de turno que deja de lado a los pueblos. Pueblos pobres en países ricos. ¿Es  caprichoso  plantear que la realidad de nuestros pueblos tiene raíces
e historia común, que la solución de sus problemas también es común, que pasa por la unidad  y la lucha contra un enemigo común?
                                        Sí a la sociedad del conocimiento.
Otro límite sería no condenarnos a ser simples productores de materias primas. Sí al desarrollo de la industria, a la innovación y sí al ingreso en la nueva sociedad del conocimiento, donde se crean más
y mejores puestos de trabajo. Ello implica analizar, en cualquier acuerdo comercial, entre otros puntos:

- Los derechos de propiedad intelectual.  Se pretende extender la protección de patentes, derechos de autor, etc, defendiendo el interés de las multinacionales. En consecuencia aumentarían los precios, -por ejemplo los
medicamentos- se dificultaría  la producción local de productos iguales o similares, así como la investigación
y la innovación en el país.
 
- Las compras del estado. La mayoría de los países se valen de ellas para promover empresas locales, destinando una porción del mercado para las pequeñas y medianas empresas, apoyando  emprendimientos que implican  investigación e innovación, los que no podrían llevarse a cabo de otra manera.

- Las empresas estatales. Durante muchos años los uruguayos han defendido duramente sus empresas.
En todos los casos, por sus características son empresas monopólicas u  oligopólicas. En OSE por ejemplo, nadie imagina varios trazados subterráneos para el saneamiento y el agua potable. En UTE no parece posible que la competencia con el tendido de dos líneas paralelas de fluido eléctrico pueda mejorar los precios al consumidor. Con ANCAP y ANTEL podrían coexistir algunas empresas más, siempre pocas. En consecuencia, antes  que monopolios u oligopolios privados es preferible la propiedad social, pues entre otros beneficios; las ganancias quedan en el país y a través del Estado se vuelcan a la sociedad; con su peso económico permiten desarrollar actividades conexas, inversiones (ej. ANCAP y el proyecto sucro-alcoholero en Artigas); a través de sus compras pueden favorecer emprendimientos, procesos de investigación
e innovación, nuevas unidades productivas, posibilidades para científicos y técnicos; las compras en el exterior también son fuente de oportunidades, el acuerdo de ANCAP con Venezuela para la compra de petróleo es un buen ejemplo de ello: un 25% de la factura se paga a 15 años con un interés del 2% anual, el 75 % restante se paga con productos nacionales, las asociaciones con otras empresas permitirán inversiones imprescindibles, que sin enajenar el patrimonio sean fuente de desarrollo y trabajo.
Los dogmáticos del libre mercado pondrán le grito en el cielo por la intervención del Estado, que compite deslealmente, impidiendo el crecimiento y la iniciativa del sector privado, etc.. Pero si estas empresas fueran privadas harían exactamente lo mismo, solamente que los beneficios serían para sus accionistas, sus negocios conexos irían hacia empresas subsidiarias, sus compras las harían a amigos o socios. Y no sería menor lo que perdería el Estado por la “elusión” de impuestos, realizada por profesionales expertos en disminuir la tributación.

- Solución de controversias. Los conflictos de intereses entre el Estado y empresas privadas puede quedar al arbitrio de tribunales internacionales. En ese caso se dificulta a las instituciones nacionales a legislar, sea por temas ambientales, necesidades sociales o de interés general, limitando la soberanía nacional so pena de enfrentar costosos juicios y enormes indemnizaciones.

Es necesario ver otros ejemplos. Recientemente Venezuela, Cuba y Bolivia firmaron el Tratado de Comercio de los Pueblos. Entre otras cosas  el Art. 2º plantea que: “Los países elaborarán un plan estratégico para garantizar la más beneficiosa complementación productiva sobre bases de racionalidad, aprovechamiento de ventajas existentes en los países, ahorro de recursos, ampliación del empleo, acceso a mercados u otra consideración sustentada en una verdadera solidaridad que potencie a nuestros pueblos”. Más adelante dice
 “Los gobiernos de Venezuela y Cuba reconocen las especiales necesidades de Bolivia, como resultado de la explotación y el saqueo de sus recursos naturales durante siglos de dominio colonial y neocolonial.”

La polémica es necesaria y útil. Las contradicciones son parte del propio proceso de cambios. Por ello profundizar la democracia, llamar a la participación y a la movilización popular en defensa de sus intereses.
En la Oración de abril de1813, cuando se discute la integración de la Banda Oriental a las Provincias Unidas del Río de la Plata, José Artigas manifiesta:

 “Resolver sobre este particular ha dado motivo a esta congregación, porque yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, vulneraría enormemente vuestros derechos sagrados si pasase  a decidir por mí una materia reservada sólo a vosotros.”