Por Eduardo Platero

Publicado en Vadenuevo -   6/12/2017

Comencé esta serie de recuerdos sin darme cuenta de lo que ello suponía. ¿Cómo va a pensar uno que recordar sucesos acaecidos hace medio siglo podría ser algo más que un relato de viejo? Pero sucede que uno no recuerda únicamente “sucesos”. Estos tuvieron gente adentro. Personas de carne y hueso que protagonizaron lo que uno ahora está recordando y narrando más o menos desordenadamente. ¡Nunca supuse que recordar pudiese doler tanto!

No me animo a estimar la importancia del sacrificio que supuso el haber sobrevivido a estos años iniciales de la Dictadura; pero la cuestión es que entre los despidos, el cierre de infinidad de empresas, los alquileres que al quedar desregulados subieron mucho, una inflación muy alta y un penoso ajuste de salarios a la baja, realmente la gente pasó muy, pero, muy mal.
El ministro Alejandro Végh Villegas siempre tuvo la virtud de ser absolutamente lúcido y de no callar sus razones. En el proceso de elaboración del mensaje presupuestal (tal vez una Rendición de Cuentas, pero con todas las reformas de la receta fondomonetarista) le enmendó la plana a Juan Carlos Blanco y no dejó que aumentase el precio de los pasaportes. El Canciller proyectó financiar los gastos de su Ministerio con un gran incremento del precio de los pasaportes y Vegh no lo dejó. Su argumento fue sencillo, lúcido y horripilante, pese a ser formulado en lenguaje técnico. Sostuvo (está en los diarios) que había toda una generación de uruguayos “infectados” por el marxismo y que más valía que se fueran ya que, de lo contrario, habría que recurrir a otras soluciones.
¡Sencillito! Las “otras soluciones” fueron las que, por ejemplo, se planificaron por los golpistas argentinos que aún no habían dado muestras de existir, pero ya estaban elaborando las listas. Según Videla, la primera llegó a unos ocho mil nombres, pero luego se fue agrandando. Al que no se va, hay que eliminarlo. Y como la eliminación de miles de personas podría impresionar a la gente, habría que “desaparecerlos”.

Lo confesó en su amplia declaración que fue, sobre todo, una fundamentación de lo actuado. De las consideraciones que tuvieron en cuenta cuando planificaban lo que ellos llamaron “Proceso de Reconstrucción Nacional”.

Allá supuestamente era contra los montoneros y todos los que en algún momento Perón llamó “Las formaciones especiales”. En la base del razonamiento estaba la convicción de que eran “irrecuperables”. Lo consideraban una necesidad, ya que ninguna otra fórmula había dado resultado. Las dictaduras anteriores habían sido arrolladas porque no reprimieron a fondo. Héctor Cámpora trató de incorporarlos y tuvo que darle paso a Perón, que terminó por echarlos de Plaza de Mayo. Isabelita, con la triple A, fue un intento de correrlos que no dio resultados pese a su espectacularidad.
Para cuando las FF.AA. se hiciesen cargo solo restaba la opción de la eliminación física.

La metodología se había iniciado en Argelia y perfeccionado en la Guerra de Viet Nam: “captura, extracción de información y disposición final”. Desaparecerlos para que la gente no se enterase del volumen de la masacre. O… pudiese fingir que no se enteraba.
“Igual te van a matar” era la fórmula para callar de los guerrilleros vietnamitas cuando caían prisioneros.
Sin embargo, los números desmienten a Videla tanto respecto de la cantidad (fueron más de treinta mil) cuanto a la calidad de las víctimas. El 70% de los “desparecidos” durante su período no fueron guerrilleros armados sino dirigentes sindicales intermedios. Denunciados por las patronales o por las cúpulas sindicales. Lo que queda en pie es que había que eliminar a los que se consideraba irrecuperables. Con algunos “libretazos” como los del Almirante Massera, que despareció a un marido incómodo y al Cacho Otero, rey del contrabando del Río de la Plata al que sucedió el propio Almirante.

Nosotros habíamos tenido al Escuadrón de la Muerte y una serie de bandas menores. La estrategia era ahuyentar y provocar. Aún me parece ver al Flaco Arismendi hablando en un ambiente bastante hostil por radicalizado en la Escuela de la Construcción. Contra el “muerto por muerto” recomendó sin ser escuchado no guatemalizar el proceso. Era una especie de tragedia griega. Sabías el final desastroso para los protagonistas pero ellos no podían dejar de caminar hacia él.
Pasadas las elecciones del 71 comenzaron los asesinatos, las bombas y las leyendas amenazantes. Nos preocupaba que las cosas se estaban saliendo de control, el peligro individual no era cuestión prioritaria. Todavía.

También preocupaba a los militares educados en el dogma de que a ellos, y únicamente a ellos, les correspondía el derecho monopólico a las armas. Es sintomático que, luego del Golpe, despareció el Escuadrón. Ya habían logrado que los verdes se ocuparan.
Persistieron los tenaces de “Patria, Familia y Tradición”. Falangistas trasnochados. Luego del golpe intentaron un despliegue con sus banderas e insignias. La mayor acción que intentaron fue asaltar la Sala 18 de El Galpón y un rejuntado de los sindicatos cercanos los rechazó. Nosotros tuvimos un compañero de Alumbrado con la muñeca fracturada. Y ¡no se la fracturó pegando contra una pared!
Tal vez Blanco no estuviese enterado, pero Végh sí lo sabía, o lo presumía, y prefería que emigrásemos para no tener que resolver con otros métodos.
Con todo, mucho más que el miedo fue la necesidad la que llenó los aviones. En broma decíamos que el progreso se notaba en que los abuelos habían llegado en barco y los nietos emigraban en avión.
Fueron decenas de miles, hay estimados. Lo que importa es consignar que los años 74 y 75 fueron muy penosos y que la emigración fue muy grande, debilitando toda la estructura social y productiva. Alcanza con consignarlo de esta manera, pero, a mí me duele cada uno de los que se fueron. No por la pérdida nuestra sino por su dolor, por su rebeldía ante el acorralamiento de la miseria y falta de oportunidades.

Pero ¡basta de sentimentalismos! Vayamos a cosas concretas y hasta con fecha. Como es de alguna manera lógico, tratándose de militares, educados en el culto a los objetos que simbolizan a la Patria (también una entelequia), tales como la Bandera, los “héroes” y esas cosas, la Dictadura empezó temprano a pulsar esa cuerda que llegó a la exasperación del “Año de la Orientalidad”.
Con el tiempo se dejaron de amolar. Pero tuvimos el cambio de la calle Convención por Latorre; el Sesquicentenario de la Fundación de Montevideo, la trasformación de Diagonal Agraciada en “Avenida del Libertador Brigadier General Juan Antonio Lavalleja”, que abandonó la proximidad de su esposa la belicosa Anita Monterroso y puso a Rodó en la que antes era la modesta Lavalleja. A lo que agrego el Mausoleo, la siniestra Fe Democrática del ministro Edmundo Narancio y el episodio del Himno el 19 de abril de 1974.
También el intento de quitarnos el 1º de Mayo que terminó en un largo forcejeo con detenidos, un muerto y el gigantesco acto del 83. Pero, de eso deben encargarse otros, yo llevaba entonces seis años preso.

A principios de abril del 74, como una especie de compensación por los fracasos de la Reafiliación y las Elecciones de la Universidad, anunciaron de sopetón y con gran alharaca que todos los funcionarios públicos, "todos‑todos", deberíamos concurrir a lugares que se nos indicaría en cada caso a entonar las estrofas del Himno Nacional luego de oír las parrafadas patrióticas que nos daría un militar.
No sé cuándo lo resolvieron, pero lo hicieron público con muy poco tiempo para pensar y tomar una decisión y el asunto se volvió tan serio como perentorio, ya que la pena al que faltara sin justificación sería la destitución.
Por supuesto, a la cabeza del redoblar de tambores, “El País” y "Radio Carve". Tambores mayores de toda esta mascarada patriotera desde el 69, cuando lanzaron el día de “Homenaje a la Bandera” para el 18 de julio de ese año. ¡Perros! Cuando lo hicieron estábamos en medio de las Medidas de Seguridad decretadas y mantenidas en secreto por Pacheco por 15 días. Cuando la Huelga Bancaria y la de los Frigoríficos.
Tan responsables como los ejecutores de la represión; pero la sacaron gratis desprendiéndose a tiempo de la Dictadura moribunda.

Bueno: otra vez se nos planteó la misma disyuntiva que cuando la Reafiliación: no decimos nada y dejamos que la gente decida sin orientación o damos esa orientación. Acotada, por supuesto. Si llamábamos a no ir, con la destitución como amenaza, estaríamos condenando a los más conscientes. El resto iría por miedo. Los estaríamos abandonando. Como decían cuando se araba con bueyes, obligándolos a “lamber la coyunda”.
Es cierto, los bueyes, una vez desuncidos lo hacían. No por sumisos sino para recuperar la sal perdida con el sudor.
Pero ¡"lamber la coyunda"! Agacharse y soportar ese patriotismo impuesto sin que nosotros, los elegidos por los compañeros para dirigir y orientar, no orientásemos hubiera sido abandonarlos. Cortar los vínculos con ellos. Traicionar la misión que se nos había encomendado.

En ese dilema estábamos cuando llegó la consigna justa: se concurría, se aguantaba la parrafada, se entonaba el Himno a media voz y al llegar al “Tiranos temblad” lo gritábamos.
Aún recuerdo esa mañana. Preciosa mañana de otoño. A los que trabajábamos en la zona del Prado se nos asignó la plazoleta de frente a lo que entonces era la Dirección General de Paseos Públicos, sede hoy de una biblioteca municipal. Lucas Obes y 19 de Abril. Seríamos cerca de mil, de diferentes dependencias del Estado. Todos calladitos y serios. Nadie estaba seguro de lo que iba a pasar hasta que empezó el Himno… apenas algo más que susurrado. Cuando llegamos al “Tiramos temblad” nos rompimos la garganta. Fue un cambio, desde ese momento los desconocidos que no se miraban siquiera nos sonreíamos reconfortados. En cuanto al oficial y su escolta, desparecieron como por arte de magia.
Por lo que supe, en todos lados pasó lo mismo y se dejaron de amolar con eso del canto patriótico.

Yo fui liberado el 28 de marzo de 1984 y viví en un caos hasta que por fin mi esposa consiguió llevarme a Cinemateca el 19 de abril y, para mi sorpresa, el Himno se cantó así.
Con el “Tiranos temblad” a viva voz y los puños que se levantaban y aún lo seguimos cantando así. Por cuestiones cronológicas más de la mitad de quienes lo cantan así no eran nacidos en el 74, pero es la forma uruguaya de cantar el Himno.
Escribo por retazos en la medida que los recuerdos vienen aflorando y así como luego de las parrafadas acerca de los emigrados sentí el peligro de caer en una cursi lamentación, ahora siento que hay que evitar el triunfalismo.
Lo primero, respecto a nuestros hermanos argentinos, no fue nada parecido a coraje. La diferencia era cuestión de organización y claridad ideológica. Nosotros demoramos años en fundar la CNT, desde abajo. Perón impuso la CGT desde arriba y la dotó del poder necesario para no dejar que surgiera nada diferente. Afiliación obligatoria y Obra Social. Pronto aprendieron a tener guardaespaldas y barras bravas. Poder gangsteril.
Diríamos que, mientras allá algunos más o menos veladamente coexistían y hasta coparticipaban con la dictadura, como antes con cualquiera que ejerciese el Poder, la CNT lideró el enfrentamiento popular.
Y de la Unidad Sindical había nacido la posibilidad, ¡el modelo! Para una unidad política que ya estaba lo suficientemente consolidada cuando la Dictadura. Resistió y protagonizó su papel de vanguardia política.

Fueron procesos diferentes porque venían de una historia diferente. La Argentina vivió del 30 a la elección de Perón en una dictadura militar. Vivió el peronismo con sus peculiaridades y recayó en dictaduras cuarteleras y entreguistas luego del 55. No hubo una construcción de poder desde abajo. Hay veces que nos olvidamos que el hoy PIT‑CNT, ya con su medio siglo arriba, es una construcción única en el mundo.
¡Nos parece tan natural!

En cuanto a la manera que encontramos de cantar el Himno el 19 de abril del 74, naturalmente que la festejamos como una victoria; pero, en todo caso, una victoria defensiva. Un episodio importante en el largo forcejeo de “¿quién aísla a quién? Pero las cosas seguían; las fichas en el tablero marcaban que la iniciativa no era nuestra.
No los estábamos derrotando, ni la iniciativa táctica había pasado a nuestras manos. Apenas estábamos encontrando respuestas ajustadas a los desafíos, pero eran ellos quienes marcaban los tiempos y seguían en el poder. Cada vez más afirmados.

En la cima institucional pusieron un Consejo de la Nación que debía resolver las cuestiones más importantes. En la práctica ese poder supremo únicamente se pronunciaba para oficializar las pujas y forcejeos de los generales. En la medida en que el proceso avanzaba importaba cada vez más el mando efectivo de tropa.
Consolidaron un Consejo de Estado que haría las veces de Legislativo y las 19 inútiles "Juntas de Vecinos" con muy pocas figuras representativas y un montón de oportunistas y parientes. Pero tenían Legislativo y en cuanto al Poder Judicial, ¡jamás osó levantar la voz! Una vergüenza que ninguna Corte ha asumido. Ya antes del Golpe fueron lacayos, y mucho más luego de él.
Jorge Sapelli, por lo menos, se fue para la casa. La Suprema Corte se quedó y temblaba cada vez que el Coronel Doctor Silva Ledesma fruncía el ceño. ¡Gallinas!
No era por voluntad nuestra que la iniciativa estuviese en otras manos. Lo intentábamos por los dos caminos. Tratando de encontrar una grieta en ese frente que se nos oponía monolíticamente pese a que le conocíamos sus discrepancias internas, y tratando de hacer nosotros una demostración de fuerza: un Paro General.
Por dos veces se llegó hasta fijar fecha para su realización y en ambas ocasiones, con tanta sensatez como frustración, tuvimos que suspenderla.

Ya lo dije: los compañeros no querían realizarlo. No por temor, o no únicamente por temor a las represalias que pudiesen caer sobre ellos; temían por nosotros. Y tenían razón.
En ocasión de la segunda intentona era palpable la resistencia de los delegados a empujar el paro en sus respectivos sectores. Discutí con la mayoría de ellos mano a mano y con Luis Bos, un compañero de enorme respeto que era el delegado de Vialidad del Cerrito. Llegué a una especie de acuerdo: nosotros, los dirigentes, conversaríamos lugar por lugar, cuadrilla por cuadrilla, oficina por oficina, y los delegados harían lo suyo. Luego, si la opinión era contraria yo me comprometía a pedir en la CNT que no se hiciese.

Cumplimos cabal y prolijamente y no había caso. Recuerdo vivamente una cuadrilla de albañilería que estaba reparando una alcantarilla detrás del Hipódromo. Habíamos llegado hasta allí con Porras, luego de recorrer unos cuantos sectores de las Acacias, Piedras Blancas y alrededores. Una cuadrilla de tres peones y un capataz‑albañil italiano. Estaban ya esperando la hora con el trabajo terminado y a la sombra del mismo. Nos recibieron con alegría y nos escucharon; luego, los tres miraron al capataz que con su leguaje medio cocoliche se dirigió fundamentalmente a Porras, que era del sector. –“Estás loco ‑le decía. “A vos te van a romper los pulmones a culatazos” –“Es a vos, no a nosotros. Ustedes están locos” Y en su vehemencia se daba la cabeza contra la pared: “‑Es a ustedes, no a nosotros”‑ repetía, y abollaba con la cabeza el frente recién reparado. –“No lo hagan, no sean locos”. Y dale con los cabezazos.

Bueno, ni siquiera tuvimos que llevar nuestro planteo negativo a la CNT: las respuestas habían sido bastante parecidas y nosotros éramos Dirección, no autocracia. Cuando no se puede, no se puede.
El italiano y su desesperación por nosotros me quedaron grabados y aún hoy me parece verlo. Con otros episodios del mismo corte he llegado a la conclusión de que hay veces en que el instinto de la gente mira lejos. En este caso, lo que los compañeros no querían era perder a sus dirigentes que seríamos segados en la represalia.
Años después coincidimos con Gerardo Cuesta en el primer piso, Sector “A”, ala derecha del Celdario, y conversamos mucho. Una vez surgió el tema y Gerardo mencionó “la reacción stolipiniana” como lo que se quería evitar con el Paro. Tuve que confesarle mi ignorancia y pedirle que me explicara lo de “stolipiniana”.
Gerardo, con santa paciencia, me contó que, luego de la frustrada rebelión de 1905 en Rusia, el Ministro de Policía Stolipin había desencadenado una terrible represión sobre los derrotados y era algo similar lo que se intentaba evitar con el paro. El mismo paro que, cuando hubo condiciones en enero del 83 se hizo sorpresivamente y que Gerardo ya no pudo conocer.
En realidad, la represión se estaba preparando. Ellos también hacían listas y discutían si una “solución definitiva” o algo intermedio, ya que no lograban que todos los mandos aceptasen esa solución final. Estaban alineando sus filas de manera que la embestida fuese terrible. Y lo fue, en el 75.

Y nosotros nos íbamos reduciendo cada vez más a un casco militante. Los compañeros nos escuchaban, nos querían, nos defendían de nosotros mismos como cuando el intento de paro “antistolipiniano”, pero cada vez menos pasaban por el Sindicato. Era peligroso. Y todo el mundo ocupaba su tiempo en redondear sus ingresos trabajando de lo que pudiera.
En un principio, inmediatamente luego del Golpe, la gente pasaba masivamente por los sindicatos en busca de información, ya que los locales políticos estaban cerrados y la prensa censurada.
Pero, de a poco, el cerco se fue estrechando. Operaciones sorpresivas en nuestros locales sindicales, razzias, pinzas con un ómnibus al que llenaban con cualquiera. La calle se volvió cada vez más peligrosa para militantes y transeúntes y se fue vaciando.
Y los activos militantes fueron raleando y cambiando de horario. Nadie quería que lo sorprendiese la noche en la calle.

Tuvimos bajas importantes. Idilio Pereyra murió el 27 de julio del 73 luego de agonizar un mes internado bajo nombre falso. Su entierro merece que lo recordemos. Honorio Lindner estuvo a su lado y luego anduvo medio clandestino porque era de los requeridos públicamente durante la Huelga. Una larga lista con nombre, foto y requisitoria que se publicó en la prensa y se pasaba por televisión. Finalmente llegó la noticia de que los requeridos, si se presentaban, estaría seis meses detenidos. Se fueron presentando por tandas y efectivamente, fueron 189 días. Los que menciona la Ley de Reparación; sin embargo a Lindner no lo repararon. Elbio Quinteros fue apresado nuevamente y tuvo otra larga estadía en el Cilindro. Coincidió esa vez con la primera plana de "Marcha", que pagaron así por el premio a un cuento de Nelson Marra. Creo que todavía estaban los Decanos. En esa ocasión había dos grupos: los detenidos sine die y los detenidos a raíz del paro del SUNCA que luego de un periplo por los cuarteles estaban en el Cilindro esperando ser liberados y los mantenían separados del resto.
Los militares empezaron a sacar gente para hacerla tapar con cal las pintadas, y eso motivó una huelga de hambre en protesta. Como represalia sacaron a Quinteros y al compañero Hernández, a quienes llevaron al Batallón Florida y los maltrataron. Una gestión ante un Coronel Wiza, que estaba como “enlace” entre las FF.A. y el Ministerio del Interior y, de rebote, una entrevista que tuve en Fusileros con el vicealmirante Hugo Márquez.

Pienso dedicar un artículo específico a las entrevistas; la dejo para entonces. Al Coronel Wiza, que resultó ser hijo de un municipal, encargado del Vivero del Pantanoso, le llevamos mil setecientas firmas, juntadas fundamentalmente en Talleres y Cantón Central. Fue hermético: nos escuchó, recibió las firmas, admitió que su padre era municipal y ni prometió ni amenazó. Al tiempo largaron a Quinteros, no sé si por intervención suya o por otra cosa.

Una vez, de esas mañanas a oscuras que teníamos en el Primer Piso, Sector A, nos pusimos con Correa, mi compañero de celda, a sacar la cuenta. Desde el Golpe siempre tuvimos, por lo menos, un activista detenido. Así siguió hasta el fin de la Dictadura. Y supongo que algo similar debe haber sucedido en muchos sindicatos.

Bueno, quiero cerrar con las prometidas “Tres tareas de la Buena Voluntad”. En realidad, ese era el nombre de un popular programa que conducía en Canal 12 un argentino, el Gordo Del Valle. Él fue quien trajo a nuestra tímida TV los programas espectaculares, con premios y desafíos que, pese a que uno sentía vergüenza ajena, se hicieron tremendamente populares. Consistía en hacer llamamientos a quienes quisieran intervenir cumpliendo algún requisito y luego imponer al elegido tres tareas. Aún recuerdo cuando convocó a matrimonios que llevaran más de cinco años para que se presentasen con la ropa que habían vestido. El Canal estaba entonces en 18 casi Eduardo Acevedo, y la cola de parejas que se formó llegaba casi hasta Fernández Crespo. ¡Horrible! Parejas con la ropa que no les cerraba porque habían engordado esperando con ansiedad ser los elegidos para las pruebas. Toda una novedad en aquellos años… Hoy no nos asombra nada.

En su afán de aparecer como realizadores prácticos y eficientes, anunciaron que llevarían a cabo tres tareas que simbolizarían el fin del Uruguay de siesta permanente.
Desecarían los bañados del Arroyo Carrasco. Tirarían abajo la torre del Aerocarril que estaba en la Punta Brava de Malvín, enfrentado al otro que aún está en la Isla de las Gaviotas. Y devolverían el Pontón del Banco Inglés a su sitio. El pontón había estaba anclado para señalar la punta de ese banco, peligroso para el cruce hacia Buenos Aires y con varias tragedias en su haber. Había sido soltado por una tormenta y vino a encallar justo a la Playa Malvín; y ellos se proponían volverlo a su sitio.
Nosotros no hicimos nada por dificultar su tarea, pero nos divirtieron mucho sus apuros. Creo que lo único que se hizo, o por lo menos, lo dieron por concluido fue el asunto de los Bañados de Carrasco.
Sospecho que en la elección hubo también razones militares. No las conocí, ni las conozco. Por lo que supe no era una gran superficie en que pudiese afincarse una guerrilla. ¡Nadie! Entre mosquitos y sumideros era una zona inhabitable; pero…

Sospecho, también, que la eliminación en parte de esos bañados aceleró el curso del Arroyo y así perdieron la función de filtro depurador que venían cumpliendo. Mis hijos chicos se bañaban en las aguas de su barra que estaban limpias y cristalinas. Hoy creo que si lo hicieran morirían infectados.
Respecto a las otras dos “tareas”, la cosa se complicó. La torre del Aerocarril, que lucía una pintada de Alba Roballo, resultó ser muy sólida. No se la podía volar con explosivos so pena de que volaran todas las ventanas en varias cuadras. Hubo que proceder a marrón y les llevó todo un semestre. Yo, cada vez que pasaba, medía los avances en la letra que ya no estaba. Alba es corto, pero Roballo les llevó mucho marrón.

No sé si por venganza quitaron el nombre de su madre, fundadora de la escuela de Isla Cabellos. No sé el nombre de quién pusieron, pero doña Rosa Berón de Roballo despareció del nomenclátor de Baltasar Brum, ex‑Isla Cabellos.
Y el pontón fue la frutilla de la torta. Empezaron tironeando desde el mar con un remolcador. Luego dos y luego complementaron el tironeo con una compleja armazón de cable, creo que anclados mar afuera, para que se pudiese tirar con tractores desde la playa. ¡Nada de nada! El pontón parecía nacido en ese lugar y allí quedó hasta que una tormenta lo desencalló y creo que lo hizo pedazos. Con lo que gastaron en tiempo, hombres y combustible creo que hubiesen podido construir un enorme Faro para señalar la punta del Banco Inglés.
Lo cuento porque fue nuestra diversión secreta durante todo el año 74. Es que las cosas no les salían. La crisis económica no les permitía avanzar con planes grandiosos de construcción de viviendas y, al final lo único que quedó en pie fue la Ley Soneira que restableció la libre contratación. De paso, Federico Soneira, Ministro de Vivienda, se liberó de la vieja y ostentosa propiedad familiar. El Estado la compró y hoy es Parque Posadas.
Hay toda una historia respecto del tema de la vivienda y un montón de chanchullos que tuvieron lugar. Pero es tema de arquitectos y periodistas investigadores.

Yo corto por aquí.