Alcira Legaspi: Una rosa y un clavel Por Juan Raúl Ferreira  - Dirigente nacionalista

Murió Alcira Legaspi. Una docente vocacional, que recibió hace poco de sus alumnos, un sentido homenaje. Lo vi en LA REPUBLICA no hace mucho. Rápidamente vinieron al recuerdo ocasionales encuentros en el exilio y la hospitalidad conque en el año 84 me recibió junto a su marido en su modesto departamento de Moscú. No la había vuelto a ver, salvo, fugazmente en el entierro de Rodney Arismendi. Hace poco más de 20 años. No la volví a ver de viuda, hasta hace muy poco.

Lo que sigue no es un recuerdo meramente personal. Aunque no salgo de la impresión de lo que voy a contar, siento haber sido mero testigo de algo muy de fondo de este querido país que tenemos que cuidar y cambiar entre todos y del cual Alcira fue hija predilecta.

Cuando el PCU cumplió 90 años escribí sobre el tema. EL PC visto por un no comunista. En qué había influido su historia en la vida de todos y cada uno de nosotros. Alcira me contestó. Por una serie de razones que no vienen a cuento, el e-mail se traspapeló. Ingresó a mi servidor el miércoles pasado con fecha 6 de octubre: "Desde el retorno del exilio hasta hoy han sido muchas las veces en que hubiera querido verte".

Contesté de inmediato ¡qué papelón!, habían pasado un mes y medio. Me ofrecí a ir de inmediato.

Rápidamente, Salvador, de la Fundación Arismendi, me comunicó que estaba internada en el Casmu 2, habitación 515. Allí llegué en 15 minutos.

Lo primero que me dijo fue un cariñoso reproche: "Hace más de un mes que te escribí, Blanco pillo".

Hablamos, junto a su hermana... no sé cuánto tiempo... A lo mejor fueron minutos, para mí fue toda una vida resumida en aquella charla.

Tenía una belleza asombrosa. Estaba tan bonita como en sus años mozos. Tenía 96. Lúcida como me había adelantado en su correo. Pero lúcida, envidiablemente lúcida. Con maravillosa memoria de larga data, usual en las personas mayores, y fresca y rápida para los recuerdos inmediatos.

Una chispa... un humor y algo muy impresionante en su mirada. Su mirada siempre fue tierna, chispeante, inteligente. Pero ahora tenían algo de picardía. Nada de lo que decía tenía sentido, si no era a la luz de esa alegre mirada de aquellos ojos que vieron pasar un siglo de la vida de nuestro país.

¿De qué hablamos? De todo. Desde Flores, donde ambos tenemos familia, hasta Moscú donde pasamos muchas horas de charla. No importa si todo se dijo con palabras. Pero hablamos de todo lo que teníamos que hablar.

Me contó que había recopilado mis discursos del exilio y me los quería regalar. Me contó de su casa hecha fundación.

Muchas cosas estuvieron presentes en breves pausas de silencio. La lucha. La compartida, la que falta y la que librarán otros. Aquel capital de esperanzas que fue el frente antidictatorial y que por errores y horrores de todos se quebró cuando más tenía para darle al país.

Me pidió que la fuera a ver a su casa cuando saliera. Levantamos juntos nuestro brazo y nos prometimos, ella que me llamaría el día del alta. Y yo que ese mismo día iría. Y aquella sonrisa y aquellos ojos pícaros elocuentes en los sobreentendidos que solo los podríamos descifrar, me acompañaron al ascensor en el que me marché. Era la tardecita del jueves.

Hoy, tarde, abro mis correos: "Alcira murió anoche durante una intervención. La velamos hasta las cuatro de la tarde. Abrazo, Salvador". Eran las cuatro. En la casa velatoria me dijeron donde la enterraban y llegué cuando ya la gente comenzaba a dispersarse.

Alcancé a abrazar a Niko y a Marcos Carámbula, abrazarme con sus hermanos, agradecer a Salvador y hacer un minuto de silencio frente a aquel panteón desbordado de flores rojas. Caminé unos minutos desolado. Paré ante un florista. Compré dos flores y volví. Las tiré sobre los afectos, recuerdos y esperanzas compartidas, pasando por encima de nuestras diferencias cayeron sobre su tumba: una rosa roja y un clavel blanco.