LOS DESAFÍOS DEL PENSAMIENTO CRÍTICO Beatriz Stolowicz

 

(Paginas 6,7,8,9)

Cuando la inestabilidad social y política se torna peligrosa, cuando entra en crisis la gobernabilidad, como ha ocurrido en estos años, las alternativas del propio sistema no pueden ser sino simples ajustes tácticos para reforzar el control político. Y esta es, sin lugara dudas, la naturaleza de la tercera vía posliberal actual: una estrategia política para recuperar control y legitimidad.

Para presentarla como superación de una época, pero sin modificar lo que en ella ha producido tantos rechazos, requiere de una intensa batalla de ideas. Aquí es donde tenemos que preguntarnos sobre el papel de los intelectuales en general, y de las ciencias sociales en particular.

 En los últimos tiempos, y por razones bien loables, cada vez que se escucha la frase “batalla de ideas” se asocia inmediatamente con “pensamiento crítico”. Pero desde hace mucho que los ideólogos de la clase dominante hablan de “batalla de ideas”, así denominan a sus estrategias ideológicas.

Digo bien: “estrategias”. Efectivamente, racionales en su diseño, con sujetos concretos que las ejecutan. Cuando hablamos de estrategias ideológicas surgen inmediatamente las acusaciones de estar padeciendo de “paranoicas teorías conspirativas”.

No hay tiempo ahora para discutir sobre la relación que existe, en la ideología dominante, entre los aspectos inconscientes que se derivan de la posición y el interés de clase por un lado, y los aspectos conscientes para mantener la dominación, por otro, que establecen diferencias entre la clase en general y sus ideólogos en particular. Pero podemos remitirnos a experiencias bastante conocidas de estrategias que, incluso remando a contracorriente, llegaron a imponer ciertas ideas como las nuevas ideas hegemónicas. Es la experiencia de la Sociedad Mont Pélerin, cuya eficacia estratégica está más que comprobada.

Hayek, su creador y mentor, decía a finales de los años cincuenta, que la batalla de ideas, más precisamente la lucha de ideas (struggle of ideas), consiste en generar “cierta idea coherente del mundo en el que se quiere vivir [...] a través de un conjunto de ideas abstractas y generales”. Para que las ideas abstractas y generales incidan en la acción política, es decir, que “hagan políticamente posible lo que parece imposible”, tienen que llegar a ser “de propiedad común, a través de la obra de historiadores, publicistas, maestros, escritores e intelectuales”. Es –dice- un proceso lento de difusión que tarda a veces más de una generación, que no se da “como expansión en un solo plano, sino como una lenta filtración desde la cúspide de una pirámide hacia la base”. Pero esas nuevas ideas “no llegan a la base en su estado de generalidad”, sino que llegarán a conocerse “sólo a través de su aplicación a casos concretos y particulares.”

Por eso Hayek no quería que la Sociedad Mont Pélerin creciera demasiado en el número de miembros, quería que fuera la cúspide de la pirámide, el cónclave de “los mejores talentos para la empresa intelectual de gestar una nueva versión del liberalismo.”

Como se observa, en esa pirámide, las instituciones académicas, los historiadores, publicistas, maestros, escritores e intelectuales –repitiendo el listado de Hayek- se sitúan entre la mitad inferior y la base, como difusores de ideas simplificadas que, ya falsificadas al ser encubiertos sus verdaderos objetivos, se transforman en sentido común, es decir, que se ven como la única representación de casos concretos y prácticos, como él dice. Es entonces cuando la estrategia ideológica triunfa como hegemonía.

Bien. Sucede que esos difusores de ideas simplificadas y falsificadas son los interlocutores habituales del llamado pensamiento crítico. El pensamiento que se define como crítico lo hace como antagonista de esas ideas. Pero al construir su argumentación con referencia a la simplificación y falsificación de las ideas abstractas y generales que dieron forma y justifican al nuevo mundo en el que se vive o se quiere vivir, (sigo usando los términos de Hayek), repito: al no enfrentar aquellas ideas fundamentales, no están haciendo verdadera crítica.

“Los neoliberales dicen...” ¿Quiénes lo dicen? ¿En verdad los ideólogos neoliberales piensan eso que es divulgado como pensamiento neoliberal?

He aquí el papel del discurso como medio para encubrir, para falsificar, y que es tomado como referente del antagonismo supuestamente crítico.

El arsenal discursivo utilizado por la tercera vía posliberal para presentarse como anti-neoliberal, utiliza a conciencia esos recursos, precisamente para que su crítica al neoliberalismo no sea tal, pero lo parezca. Todavía no ha pasado el tiempo suficiente para poder reconstruir con precisión historiográfica la estrategia ideológica posliberal, que está en curso, pero la investigación permite identificar recursos analíticos y discursivos, lugares habituales de encuentro de la cúspide posliberal, por ejemplo Princeton. También aparecen sujetos, nombres, como Fernando Henrique Cardoso, Enrique Iglesias, Joseph Stiglitz y hasta Carlos Slim, por nombrar sólo algunos.

Tomemos algunos de los ejes del argumento posliberal para verlo con mayor

claridad:

“El neoliberalismo fracasó porque no resolvió la pobreza”. Pero esos nunca fueron los objetivos del neoliberalismo sino elevar las ganancias. Claro, sus divulgadores decían que era para crecer y así resolver la pobreza. “El neoliberalismo es laissez faire, fundamentalismo de mercado, Estado mínimo, por lo tanto, derecha es antiestatismo, izquierda es estatismo”. Y, en consecuencia, el neoinstitucionalismo es la tercera vía progresista. Pero el neoliberalismo nunca ha sido Estado mínimo sino un Estado intensamente interventor al servicio del capital aunque se desentendiera de lo social; ni ha sido planteado como ausencia de instituciones. El discurso del “no-Estado” fue planteado por los muchachos de Chicago, los arditi, las fuerzas de choque ideológico contra el Estado de Bienestar. Pero la reaganomics friedmaniana nunca fue Estado mínimo, fue el activo Estado del gran capital.