No sería justo contar que Silvio Pérez hizo una trampa para ratones y no contar que en la fábrica donde trabajaba  arregló una máquina después que el técnico que mandó el importador de Montevideo “tiró la esponja”
 
  También hizo mates de guampa, pipas, fabricó y arregló guitarras, de sus manos salieron tallados en madera, arregló relojes, escopetas autos motos y revólveres.
 
 No hacía de todo y más o menos, todo lo que salía de sus manos era casi inmejorable, y su intuición para encontrar la forma oculta en cada material lo hubiera colocado en los mejores talleres artesanales de cualquier lugar del mundo.
 
 Pero estaba allí, con nosotros, enseñándole con poca paciencia a los estudiantes de abogacía a pulir una guampa, a doblar el acero inoxidable, a sacar el mejor brillo a una madera.
 
 Lleva más tres años  lejos de su casa, su mujer cría como puede a sus hijos, él pasa muchas horas haciendo manualidades para ayudar a su familia.
 
 Pero de a ratos, deja lo rutinario, lo que sabe de memoria y se desafía a sí mismo; está haciendo una locomotora de juguete. 
 
¡Pero que locomotora! Ha requechado por aquí y por allá, aluminio, cobre, bronce, madera y los ha trocado en un modelo a escala (escala imaginaria, porque no tiene de donde copiar) que cuando mueve las ruedas acciona un fuelle y el fuelle a su vez un pito. Su trabajo se parece al de la creación(dios me perdone) porque  casi sin herramientas, casi de la nada hizo un juguete magnífico.
 
 Le llega el tiempo de irse y en ese ciclo como de espejo, igual que cuando llegó, antes de irse lo llevan a la isla, con sus cosas va la locomotora.
 
 Y esa noche, en el peor sitio de uno de los peores penales de América, se escucha el pitido de la locomotora.
 
  Los carceleros juegan a ser niños...