Antepasados

Historia de los Charrúas
Tomado del libro de Daniel Vidart, El mundo de los Charrúas

    ¿hasta qué punto podemos reivindicar los uruguayos el ancestro charrúa?
    Cuántos eran?
    Cómo era el aspecto físico?
    Tres siglos de combate
    Salsipuedes

   A medida que la civilización científico-técnica desencadenada en la segunda mitad del siglo XX impone a las culturas nacionales el común denominador de sus artefactos y mentefactos, convirtiendo así a todo el planeta en el escenario de una sociedad consumista homologado por la informática y el mercado, los pueblos del mundo buscan, a veces con una desesperación que da alas a los fundamentalismos, las raíces antepasados de sus modos de ser y de pensar, los
signos y símbolos de sus elusivas identidades.

   El Uruguay no ha escapado a los dictados del aire del tiempo. Intelectuales, artistas, gobernantes y gentes del común tratan de encontrar en el pasado -y no en cualquiera, sino en el de la arcaica Banda Oriental las raíces de nuestra personalidad de base, las fuentes genuinas de nuestras concepciones del mundo y conductas cotidianas. Para no convertirnos en una muchedumbre de autómatas que contemplan los mismos programas de TV y sintonizan los mismos informativos radiales y visten idéntica ropa y escuchan las mismas audiciones de rock y ostentan -cuando pueden- los mismos automóviles fabricados en serie, tal cual hoy se estila en los distintos órdenes de la industria material y cultural, es que intentamos dar este salto en el vacío de la historia para remitirnos así a nuestros orígenes americanos. De tal modo, al inquirir por los rasgos que nos diferencian del Otro y, a la vez, exhibirlos e ilustrarlos, procuramos esclarecer lo que antes ignorábamos, o desdeñábamos, que es la misma cosa, acerca de las indianidades del lejano ayer.

    Entonces, casi desnudos en la intemperie genealógica de una América profunda que nos niega autenticidad y solera, rastreamos las antepasados huellas indígenas y les pedimos a los fantasmas de aquellos aborígenes escopeteados, atropellados y humillados, la sangre de sus cuerpos y la rebeldía de sus espíritus. Finalmente, una vez efectuada esta operación nostálgico -al cabo una especie de trampa al solitario jugado con un naipe europeo- nos proclamamos, con autoritaria autodeterminación, los genuinos descendientes de la garra charrúa.

Entre la realidad y el mito

Pero ¿hasta qué punto podemos reivindicar los uruguayos el ancestro charrúa? ¿No existen, numérica y culturalmente hablando, otras raíces indígenas más significativas en la génesis del imaginario colectivo criollo? ¿No será más metafórico y voluntarista que real el entronizamiento de un charruismo cuya casi invisible hebra se pierde en el collage de nuestra colcha de retazos nacional, ya se la considere desde el punto de vista demótico, ya desde el punto de vista étnico? Y de ser importante la aportación charrúa ¿en qué sentido se le puede conceder fuerza, legitimidad y permanencia?

     Ete es un tema que merece un examen serio porque constituye el obligado santo y seña para una pujante porción del pueblo uruguayo integrada por sedicentes vanguardias políticas y culturales que, tras romper el cerco antropológico de los ojos azules y los cabellos rubios heredados de los abuelos italianos o gallegos, emprende una huida hacia el pasado en pos del vellocino de una quimera.

La macroetnia charrúa comprendía a los charrúas propiamente dichos y a los minuanes, bohanes y guenoas; los yaros quizá tenían origen kaingang; los chaná-timbú-beguá eran, posiblemente, el producto de reiterados mestizajes y aculturaciones entre pámpidos y láguidos; los guaraníes del litoral oeste y los tupí-guaraníes del este pertenecían a los amazónidos, también llamados brasilidos, y los arachanes, que jamás poblaron otro territorio que no fuera el de la imaginación, no son otra cosa que un ectoplasma histórico, o sea un invento, como tantos otros, de Ruy Díaz de Guzmán (1612).

Hablo, claro está, de los indios existentes en el momento de la conquista, iniciada con el establecimiento de San Lázaro (1527) un fortín minúsculo fundado por los expedicionarios de Gaboto en el actual departamento de Colonia. A partir de esa fecha comienzan los choques entre charrúas y europeos, que recién iban a finalizar con las matanzas de Salsipuedes y Mataojo (1831). 0, si se prefiere, con la revancha de Yacaré Cururú (1832).

 

No más de de dos mil indios

    Los estudiosos de la paleohistoria dedicados al tema demográfico calculan que los grupos recolectores, cazadores y pescadores requieren 200 quilómetros cuadrados de territorio por cabeza para obtener sus alimentos.

Si aplicamos este canon a los más de 200.000 quilómetros cuadrados de una Banda Oriental que por lo menos llegaba hasta el río Ibicuy, ya que los indios no reconocían fronteras políticas que limitaran sus desplazamientos, la cifra no va más allá de los 1.000

    La etnia charrúa, por lo consiguiente, debe ser estimada en alrededor de 1.000 integrantes, número que tal vez aumentó, pero no mucho, cuando los ganados cimarrones se adueñaron de las cuchillas.

De todos modos, lo admirable es que estos mil y pocos más charrúas, cuya fuerza de combate comprendía la mitad de la población total, sostuvieran durante tres siglos (1527-1831) una guerra de resistencia al invasor que...

Los charrúas no poblaron desde siempre nuestro territorio.

En tanto que representantes de la raza pámpida pisaron por primera vez nuestras cuchillas alrededor de 1.500 años antes de la era Cristiana. Y tampoco estuvieron sempiternamente asentados en una zona determinada. Eran nómadas y tanto la búsqueda de alimentos como las luchas con otras tribus indígenas y los soldados europeos, amén de los choques con los guaraníes reducidos en las Misiones, cuyos ejércitos eran en ocasiones "prestados" a los españoles -el sitio a la Colonia do Sacramento y otros episodios de guerra así lo certifican- los obligaron a continuos y a veces muy largos desplazamientos.