Desde Abajo Info 22/05/2015

La evolución de las formaciones económicas latinoamericanas siempre ha estado en estrecha relación con los avatares de la economía mundial. Los ciclos de auge se asocian al incremento de los precios de las materias primas y la llegada de flujos de capital. Mientras que lo primero depende de la demanda de las economías industriales, lo segundo se relaciona con los niveles de la tasa de interés en estas economías. Bajas tasas de interés en las potencias promueven el flujo de capitales a las economías periféricas y viceversa. En fases de altos precios de los commodities y dinero barato, nuestros estados consiguen que se valorice una mayor porción del capital mundial en nuestros territorios y la economía florece: crece el Pbi, la población obrera sobrante se reduce y en el frente externo se aleja temporalmente (se posterga) el problema de la restricción externa (falta relativa de divisas). En tales escenarios se comienza a hablar de “los logros de la política económica”, y ciertamente los habrá, pero más importante que esto será la propia dinámica de la acumulación capitalista a nivel global y su impacto en los ciclos por los que transitamos.

Cuando las condiciones señaladas se revierten ocurre lo contrario. El crecimiento disminuye, y la baja en el valor de las exportaciones y una menor llegada de capitales comienzan a presionar la balanza de pagos. En otras palabras, la región comienza a experimentar una disminución relativa como espacio de valorización del capital a nivel mundial y esto tiende a manifestarse en las cuentas externas. Inicialmente los gobiernos podrán recurrir al uso de sus reservas internacionales y/o al endeudamiento externo. Cuando estos mecanismos de diferimiento del problema ya no basten entonces la presión será a la devaluación de la moneda, lo que, sin mediar otras transformaciones clave, se acabará traduciendo en un proceso inflacionario que empobrece a los sectores populares.

 

El proceso que se abre luego de las sucesivas crisis neoliberales de fines del siglo pasado fue un claro ejemplo de ciclo de auge. Todo indica que hace algunos años estamos arribando lentamente al fin del ciclo. Los precios de las materias primas ya comenzaron a descender y la política monetaria expansiva de los países centrales (que mantiene la tasa de interés baja) comenzará a revertirse.

Una vez revertido el ciclo, lo que traerá de la mano la disminución de la porción del valor mundial que es valorizado en América Latina, o que ésta se apropia por vía de la captación de renta de la tierra, el ajuste será inevitable. Lo que está y estará crecientemente en juego es sobre quién se aplica.

Si se apuesta al “libre juego del mercado” dejando flotar las monedas locales, tal como recomienda en su último informe el FMI,1 entonces se procesará una presión inflacionaria que será combatida con políticas monetarias y fiscales contractivas, y que en los hechos acabará desplazando del acceso a bienes a los sectores con menor poder adquisitivo, caerá la producción y se incrementará el desempleo y la pobreza. Por medio de la devaluación, el ajuste se procesa básicamente por la disminución de las importaciones que se destinan al flujo de consumo de los sectores populares (ya sean bienes finales o intermedios), lo que disminuye considerablemente la magnitud de mercancías que en esa economía reproducen la vida de estos sectores, es decir, disminuye el salario real. Si esto no se acompaña de un menor gasto público y políticas contractivas de la demanda interna agregada, será la inflación la que haga su parte dejando fuera del mercado a los sectores de menores ingresos. El ajuste monetario (devaluación, contracción de demanda interna, inflación) ajusta por rango de ingresos y viene a ratificar el lugar que ya no tiene en el mercado un segmento importante de la población.

Instrumentos como el control de precios y de cambios podrán ayudar en un primer momento, pero luego, si no se acompañan de otras medidas, siendo aún nuestras economías de carácter privado y mercantil, los controles darán lugar a la escasez, la especulación y los mercados paralelos.

La única manera de evitar la aplicación del ajuste clásico o la caotización económica es desarrollar un nuevo ciclo de reformas que, al mismo tiempo que ataquen frontalmente la de­sigualdad escandalosa que hay en nuestra región, permitan la recuperación de la soberanía del Estado y de los trabajadores sobre las áreas estratégicas de la economía y el producto social que resulta del trabajo común. Esto implica afectar seriamente los intereses del 10 por ciento de la población latinoamericana que controla casi el 40 por ciento del ingreso, según datos de la Cepal, y de la porción del capital internacional que se valoriza con dividendos e intereses que nuestras economías transfieren.

Concretamente, este nuevo ciclo de reformas debe tener un frente tributario orientado a la disminución de la desigualdad y a la recuperación por parte del Estado de parte del excedente económico hoy en manos privadas. Al mismo tiempo, deberá orientarse a la recuperación de la soberanía de la política económica sobre áreas clave, como la banca y el comercio exterior.

La encrucijada parece ser entre una nueva serie de ajustes de tipo “neoliberal” o un nuevo ciclo de reformas que permita consolidar los logros y continuar avanzando en materia de soberanía económica e inclusión social. Cuanto mayor sea la pérdida de espacio económico de la región en el proceso de valorización mundial, mayor será la acentuación de la encrucijada planteada.

En este escenario, lo mejor que le puede pasar a las derechas latinoamericanas es que los gobiernos progresistas y populares privilegien el pacto con las elites regionales y sean ellos quienes apliquen el ajuste regresivo que nuestros capitalismos requieren toda vez que la dinámica de la acumulación capitalista global nos desplaza como espacio de valorización.


1. “Fmi. Las Américas. El norte se recupera, el sur aún espera. 2015” (disponible en
www.imf.org).