El Chasque Nº 82.
25/06/2021
El próximo domingo 27 de junio se conmemora un nuevo aniversario del golpe de Estado en nuestro país. A pesar de haber transcurrido casi medio siglo, sigue siendo tema de confrontación entre la izquierda y la derecha en el relato de las causas que lo provocaron. De la mano de Sanguinetti la derecha ha pretendido instalar (con relativo éxito) una síntesis sobre los hechos que se apoya en la “teoría de los dos demonios”, a partir de comentarios de Ernesto Sábato en su informe “Nunca más” en Argentina:
“Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países. Así aconteció en Italia, que durante largos años debió sufrir la despiadada acción de las formaciones fascistas, de las Brigadas Rojas y de grupos similares. Pero esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlo, y lo hizo con absoluta eficacia, mediante los tribunales ordinarios, ofreciendo a los acusados todas las garantías de la defensa en juicio; y en ocasión del secuestro de Aldo Moro, cuando un miembro de los servicios de seguridad le propuso al General Della Chiesa torturar a un detenido que parecía saber mucho, le respondió con palabras memorables: «Italia puede permitirse perder a Aldo Moro. No, en cambio, implantar la tortura». No fue de esta manera en nuestro país: a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos.”
Cabe señalar que esta explicación es muy simplista y oculta las causas reales de los golpes de Estado en América del Sur. En la década del setenta los golpes de Estado se suceden uno detrás del otro. Uruguay, Chile y Argentina se unieron a Brasil que ya se había adelantado derrocando en 1964 al gobierno democrático del presidente João Goulart, sumándose así a la ya existente dictadura en Paraguay de la familia Stroessner.
Lo sucedido en el país norteño puso en alerta a los movimientos populares y democráticos del resto de América del Sur, ya que el carácter del golpe, a diferencia de las viejas dictaduras del continente, respondía a un objetivo más amplio en lo económico como en lo político por parte de EEUU y las clases dominantes nativas. El golpe en Brasil se desarrolló con la pretensión geopolítica de dominación regional de los EEUU, haciendo del gigante latinoamericano gendarme continental, fuerza de choque en la lucha por impedir experiencias similares a la cubana y, por ende, el posible debilitamiento en su estrategia global en el marco de la guerra fría.
Los golpes de Estado no fueron simplemente en respuesta a la situación interna de cada país, o simplemente acciones aisladas para mantener bajo control las fuerzas que pugnaban por un cambio revolucionario o cambios democráticos avanzados, por el contrario, fueron coordinados por EEUU con la implicancia de sectores del ejército, las clases dominantes y representantes de los partidos tradicionales de la burguesía. En alguna oficina del Pentágono, y con Kissinger a la cabeza, se diseñó fríamente sobre una mesa un plan de batalla para contrarrestar el avance del “comunismo” en América Latina. A su vez este objetivo se unía a la necesidad de rediseñar el mercado para darle salida a la crisis del capitalismo, avanzar sobre las riquezas, servicios públicos de los países y lograr así un mejor contexto para su reproducción y rentabilidad. Para eso había que destruir todo aquello que se opusiera a esta necesidad del capital, mostrando el rostro más violento por medio de dictaduras de corte fascista.
Pero no fue suficiente eliminar toda traba democrática o social, era necesario ir un paso más y garantizar por un largo período que el “patio trasero del imperio” estuviera consolidado para llevar adelante sus objetivos. Para eso las dictaduras de América del Sur, conjuntamente con EEUU, crearon una coordinación de los aparatos represivos y los servicios de inteligencia, llamada Plan Cóndor, con el único mandato de eliminar físicamente toda oposición. Con esta guerra silenciosa de exterminio se pretendía garantizar el futuro y la libre expoliación a los pueblos por parte de las oligarquías locales, aliadas al capital financiero internacional, y la transferencia de las riquezas de estos países hacia los centros hegemónicos de poder, especialmente a EEUU.
Y así fue.
Este plan premeditado demuestra que el golpe de Estado en Uruguay no fue una acción de unos militares “loquitos” a quienes se les subió el poder a la cabeza en el marco de la represión de la guerrilla. El argumento de los “dos demonios” cae cuando vemos que en Uruguay el golpe fue dado por Bordaberry, presidente electo por el Partido Colorado, con el apoyo de la Asociación Rural, los sectores riveristas del Partido Colorado, los nacionalistas de origen herrerista como Aguerrondo (fundador de la Logia de los Tenientes de Artigas) y sectores del ejército vinculados y formados en la “doctrina de la seguridad nacional”, entrenados en técnicas de tortura y métodos de represión en las “Escuelas de las Américas”. En nuestro país la guerrilla ya había sido derrotada en 1972, por lo tanto no existía ninguna guerra. Y en el caso chileno, el golpe de Estado fue contra un gobierno electo libremente en elecciones democráticas.
Lo que sí hubo, por parte del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, fue la nacionalización del cobre chileno y otras ramas industriales en manos extranjeras. Efectivamente, esas medidas de recuperación de la riqueza nacional a manos de los chilenos, llevó a las clases dominantes y el imperialismo norteamericano a la planificación del golpe de Estado, dado que no iban a permitir que sucediera otra Cuba en el continente.
El golpe de Estado en Uruguay se da ante el avance del movimiento popular que exigía la renuncia de Bordaberry y el llamado a nuevas elecciones, ante una situación de desbarranque del país, con una rosca oligárquica gobernando directamente y un cuadro de crisis económica y social muy profunda.
Entre los ministros que colaboraron a crear condiciones para el golpe fue Sanguinetti, Ministro de Educación en ese momento, creador de la reforma de la Educación, precursor de la intervención del Poder Ejecutivo en la enseñanza y la pérdida de su carácter democrático. Todos señalan a Bordaberry como responsable del golpe, pero sabemos que no fue solo él, también contó con colaboradores entusiastas que no han sido juzgados y hoy se hacen los distraídos.
En nuestro país las causas de la sublevación del pueblo se hallaban en la larga política de ajuste económico y en la pérdida de beneficios por parte de la población a partir de 1958, con el gobierno del Partido Nacional. Este da comienzo al proceso de desmantelamiento del Estado batllista, entrega el país al FMI, endeudándolo hacia adelante y dando un giro a políticas antipopulares y represivas. En 1966 se aprueba la reforma constitucional, abandonando el sistema colegiado por el presidencial, con una pérdida de calidad democrática y mayor potestad del Poder Ejecutivo. Con la muerte de Gestido vendría el “pachecato”, que agravaría más la situación, llevando adelante un gobierno autoritario y violento, con medidas prontas de seguridad, con la aplicación de la tortura a los prisioneros opositores, desembocando en el paroxismo de la violencia en el asesinato de tres estudiantes en el marco de la lucha por el boleto estudiantil, emblema de “la muerte del viejo Uruguay”; se marca así el fin de un ciclo y el quiebre de un límite del cual no se volvería atrás. Vistos los hechos, quedaría claro que la oligarquía no pensaba ceder el poder ni sus beneficios en forma graciosa y pacífica.
Sanguinetti insiste en trasladar la responsabilidad del golpe de Estado al “sesentismo” o, mejor dicho, a lo vivido en la década del sesenta. Este argumento pretende ocultar el carácter de clase del golpe, desestima las razones lícitas del pueblo a indignarse y sublevarse ante la injusticia provocada por una minoría acomodada, al papel del Estado como aparato represivo y diluye las debilidades que presenta la democracia liberal uruguaya. A su vez oculta la responsabilidad del Partido Colorado, en primer lugar, y su aliado, el Partido Nacional, que dio todo el apoyo a las leyes represivas y antidemocráticas en lo previo al golpe. Ninguno de ellos ha hecho autocrítica referida a sus responsabilidades, mientras por otro lado intentan en forma canallesca y mentirosa culpar a la izquierda de dichos acontecimientos.
El argumento de Sanguinetti pretende salvar al Estado (a este Estado) de su responsabilidad en el golpe. En sus argumentos, el Estado liberal burgués es aséptico y se encuentra al margen del conflicto entre los “dos demonios”, colocándolo por fuera de la lucha de clases, de su contenido de clase y de su papel de custodio de los intereses de la clase dominante, en este caso de la oligarquía financiera.
Derrotada la dictadura y vuelta la democracia, el Estado, su estructura jurídica, su aparato represivo, el carácter de clase, es decir, todo lo que lo define como tal, no fue cuestionado ni interpelado lo suficiente por parte de la izquierda, ni puesto en debate su verdadero papel histórico. Este hecho, sumado a cierta complacencia de la izquierda ante la recuperación democrática, hizo que no nos preguntáramos ni debatiéramos cómo fue que en una democracia liberal republicana y representativa, de larga trayectoria a nivel mundial, orgullo de muchos, había nacido en su propio vientre (al igual que en el film Aliens) la serpiente que la destruiría.
Podemos decir que establecer la lucha política y social bajo el concepto de “avanzar y profundizar la democracia” quizás fue el mayor intento teórico y práctico para debatir en el seno de la sociedad qué democracia queríamos.
«Se trata de generar con la práctica política de las masas la construcción de espacios alternativos que escapen por su protagonismo democrático a la hegemonía de las clases dominantes. Espacios alternativos que atraviesen todas las esferas de la sociedad y en cuya construcción se irá gestando la hegemonía de las clases alternativas y la apropiación democrática de los roles de dirección en todos los planos: en la vida social, en la producción material, la vida cultural, los medios de comunicación, la administración de la sociedad, etc.» Rodney Arismendi- Conferencia Nacional del Partido Comunista del Uruguay – 1985
Luego de esa etapa, se soslayó esta discusión y se sustituyó por una simple “revalorización de la democracia”, de “esta democracia liberal y este Estado”.
Es así que en quince años de gobierno del FA no hubo ni un intento por modificar la Constitución y legislar para profundizar la democracia y desmantelar los aspectos más regresivos que ubican el derecho de propiedad por encima del resto (Derecho al trabajo, vivienda, salud, educación, entre otros consagrados en la Constitución). En pocas palabras: no estuvimos dispuestos a convocar al pueblo a gobernar y en su lugar nos conformarnos con la democracia formal y con un Estado que ayer creó las condiciones para el golpe.
Esta actitud se corresponde a su vez al hecho de haber abandonado, por parte del FA, toda intención de impulsar un proceso revolucionario que realmente lleve el pueblo a gobernar, desplazando a la oligarquía como responsable de las sucesivas crisis.
En la medida de que ya no es necesario el cambio, es decir, sustituir el sistema capitalista por una sociedad diferente, tampoco se hace necesario discutir la organización y carácter del Estado y el contenido de la propia democracia. Bajo esa tesis la única democracia válida es la liberal y republicana heredada de la revolución burguesa.
Hoy nuevamente se encuentran en poder del Estado los dueños del capital, de las tierras, de la vida de la gente. La oligarquía financiera unida a los sectores terratenientes se encuentra a sus anchas, porque este Estado liberal fue creado para defender sus intereses y la democracia republicana para sostener la explotación de las clases dominantes sobre las clases subalternas.
Quienes retornaron al poder son los sectores más regresivos y agresivos de la burguesía. Se expresan en las viejas corrientes herreristas, riveristas y en alianza con el ruralismo terrateniente, sectores agro exportadores y del capital financiero. Es su intención consolidar el ultraneoliberalismo, basados en teorías sustentadas por los anarcocapitalistas como Robert Nozick. El libro Anarquía, Estado y Utopía de su autoría (1974), es uno de los pilares teóricos indiscutidos del conservadurismo expresado por el presidente Lacalle Pou. Estos fundamentos teóricos se caracterizan por una defensa irrestricta de la libertad negativa como derecho natural. Las personas son vistas solamente como individuos, quienes gozan, por sobre todo, del derecho de propiedad absoluta sobre sí mismos. No existe la comunidad ni la sociedad como espacio común. Rechazo radicalizado a la idea de igualdad o de cualquier fórmula que intente imponer pautas a la libertad individual y a la libertad de mercado.
De ahí que Lacalle haya insistido en la “libertad responsable” como fórmula para combatir la pandemia, negando la intervención abierta del Estado, con un apoyo mínimo y lo más brutal: el ahorro en plena crisis de 600 millones de dólares.
La libertad individual se coloca por encima de la propia vida. Tal es así que en entrevista de Blanca Rodríguez al Presidente, ante la pregunta de si “las muertes eran evitables”, Lacalle dijo preferir hablar de “casos evitables”. No es menor el cambio, ya que hablar de “muertes evitables” implica responsabilizar al gobierno, en cambo hablar de “casos evitables”, coloca la responsabilidad en los individuos.
Según ellos, cada cual es libre de elegir su camino, de construir su futuro, de arreglarse como pueda, en fin, de ser libremente responsable ante la vida.
Nada de esto es nuevo, ya Rodney Arismendi escribía: “En un reciente editorial del diario “El Día” se afirma que el país se divide entre liberales y marxistas. En primer término me parece que estas cosas están siendo manejadas sin rigor científico. Me extraña porque el editorial parece ser del Dr. Tarigo, un jurista notorio cuyas ideas no comparto, pero que está obligado a un cierto rigor científico. En segundo término digo que casi nunca Batlle utilizó la palabra liberal como para caracterizarse. Usó otras expresiones como ser demócrata. La expresión liberalismo fue usada por sectores desprendidos, del riverismo, del antibatllismo. En tercer término la expresión liberal correspondió como filosofía política y tomó cuadro en la zona del positivismo, pero también antes, en los economistas llamados por Marx “los economistas vulgares”. Ellos reflejaban la sociedad de la libre concurrencia. Para ellos libertad era libertad de la concurrencia, de la libre competencia. Pasado el tiempo esto se volvió en una farsa cruel. Los inspiradores de la política económica del actual gobierno -y antes el señor Vegh Villegas- hablan del neoliberalismo. Esto es una gran farsa. En la nueva sociedad imperialista los monopolios, los trust, las estructuras bancarias y los grupos económicos no actúan libremente; actúan en forma monopolista. Diríamos, incluso, usando fórmulas extraeconómicas. Cuando el gobierno mismo afirma que en la economía nacional aquel que no es viable debe desaparecer y que parece que eso es el juego de la libre competencia de la primera etapa del capitalismo, está poniendo un manto a una competencia mucho más cruel: la del tiburón y la sardina. La oligarquía y los capitales de las transnacionales que vienen aquí no actúan en el plano de libertad e igualdad. Actúan en el plano del monopolio, del dominio, del beneficio, de la imposición económica. Es la imposición de los Estados Unidos y los grandes países de economía capitalista. ¿Eso es liberalismo? Eso es que el pez grande se come al chico y el Estado se retira. Esto que se quiere aplicar con el sesgo de modernización no es liberalismo; es privilegiar el monopolio de los grupos más poderosos y retirarse, negando la orientación batllista, del mercado del trabajo.”
Este es el núcleo ideológico que los guía en todo lo que hacen. Es así que impulsan la meritocracia; la pobreza es resultado de una elección individual o de falta de voluntad, por lo tanto debemos “enseñar a pescar”, es decir, si existen apoyos desde el Estado deben ser dados a cambio de algo. Con esa concepción se creó el programa “Trabajo Solidario”, con un sueldo de quince mil pesos y en el que se inscribieron más de doscientas mil personas. Bajo esa misma idea se entregó el monopolio del Puerto a la empresa belga Katoen Natie. Los belgas son en la actualidad dueños totales de la entrada y salida de la producción uruguaya, es decir de nuestra soberanía.
Es proteger al malla de oro, para que pueda crecer y acumular riquezas impulsando una serie de beneficios y subsidios que paga el pueblo trabajador. Este gobierno de la coalición multicolor gobierna para una élite oligarca y en contra de la gran mayoría del pueblo.
Estas fuerzas políticas y la clase a la cual representan son, en esencia, las mismas que pergeñaron el golpe de Estado en 1973. Esta clase y sectores políticos seguirán actuando en la medida de que se mantienen las relaciones de producción capitalista y su expresión política institucional, el Estado liberal burgués y su democracia representativa y republicana, a su servicio.
Ante las mismas contradicciones de clases, nada dice que los hechos históricos no se puedan repetir. Por otro lado, es importante entender que las corrientes ideológicas que se manifiestan por medio de sus expresiones políticas son decadentes y profundamente retrógradas, por lo tanto su único propósito es retardar el derrumbe de un sistema en crisis permanente y tratar de mantenerse con vida. Por lo tanto, frente al peligro de desaparecer siempre podrán apelar al fascismo. Debemos estar alertas y entender que la burguesía como clase y en particular la burguesía nacional no está en condiciones de defender la democracia, va a claudicar ante la prepotencia del capital financiero internacional y de la oligarquía, que no solamente arrasa con los humildes, sino también con aquella burguesía debilitada.
“…la etapa de democracia avanzada, siendo como es, una etapa de desarrollo capitalista, incluye sin embargo en sí misma los ingredientes para la superación del capitalismo. Es nuestra peculiar vía uruguaya de aproximación al socialismo. No puede pensarse pues en un proceso idílico, de tránsito gradual de una etapa del desarrollo social a otra sin que la lucha de clases haga acto de presencia con toda la virulencia con que suelen hacerlo cuando las clases dominantes se sienten desplazadas del poder. Debemos pues suponer que el proceso revolucionario será prolongado, que puede tener avances y retrocesos. Pero que por encima de todo debe caracterizarse por el papel protagónico de las masas populares; masas que trabajarán en el marco de las estructuras democráticas vigentes, apoyadas en su unidad, organización y capacidad de lucha…” Rodney Arismendi -Conferencia Nacional del Partido Comunista del Uruguay – 1985
Por lo tanto es clave desplegar una táctica correcta en lo referido a la batalla por la democracia, en la cual hoy se inscribe la recolección de firmas para impulsar el plebiscito contra los 135 artículos de la LUC.
“Sólo una posición de combate podrá influir en el curso de los acontecimientos.
No se trata, por lo tanto, de deslizarse hacia una posición de expectativa, formulada como apoyo a lo “positivo del gobierno” y de crítica “de lo negativo”. Al exigir del gobierno una rectificación de rumbos con vistas a atender las reclamaciones urgentes de nuestro pueblo, a contribuir a la causa de la paz y a defender la democracia, sabemos que lo primordial es la iniciativa militante de las masas y el desarrollo del frente único de las masas.” Rodney Arismendi.
Las banderas democráticas deben ser levantadas por el movimiento popular y en esa batalla crear la conciencia de la necesidad del cambio revolucionario, para poder alcanzar una verdadera democracia, con amplia participación popular y “conquistar las auténticas soluciones”.
“…queremos la democracia por razones de principios, pero la queremos también como el mejor cuadro para desenvolver las fuerzas de la revolución, modificar las correlaciones de fuerza, conducir la lucha de clases en forma efectiva. Claro está al decir esto no negamos que en un continente como el nuestro, en éste o en otro lugar, puedan producirse, en determinada instancia, una precipitación revolucionaria, en el cuadro del propio desarrollo democrático, puede llegarse a situaciones de coagulación de fuerzas en un momento revolucionario, pero nosotros no tenemos que trabajar en la estrategia con las hipótesis más improbables… tenemos que trabajar por la gran estrategia que conduce a aislar al imperialismo, alcanzar los objetivos, avanzar, y crear una nueva realidad social y política en el continente… lo que estamos planteando en cuanto a consolidar la democracia es el A B C del marxismo leninismo…”. Rodney Arismendi Revista “Estudios” Nº 108

Ha pasado mucho agua bajo el puente desde aquel 27 de junio de 1973 hasta hoy.
De ese recorrido que fue doloroso y donde se pagó un precio muy alto en vidas para la reconquista de la democracia, aprendimos que en el actual Estado anida el huevo de la serpiente. De ahí la importancia estratégica de que la LUC no prospere y de dar batalla en todos los aspectos que signifiquen un retroceso de la democracia y de los derechos conquistados.