CRECED Y REDISTRIBUIOS.
Wladimir Turiansky.
Uruguay. 21/02/2011

El Frente, hay que reconocer que merced a la persistencia comunista, ha colocado en el centro del debate nacional el tema de la distribución o redistribución de la riqueza generada en el trabajo (riqueza que, como se sabe, se acumula en cada ciclo productivo, y se genera, según afirman los marxistas, vaya a saber si es cierto, por el poder multiplicador de la fuerza de trabajo, productividad se ve continuamente incrementada merced al desarrollo de la ciencia y la tecnología aplicadas a la producción).

El debate y las propuestas giran en torno a como hacer, que medios emplear, para mejorar esa distribución, hacerla más equitativa.

Sería bueno, sin embargo, preguntarse primero porqué necesitamos hacer eso, cual es la razón por la que por sí mismo, sin necesidad de regulaciones ni de intervenciones del estado, el proceso productivo no genera equidad sino todo lo contrario, genera una desigualdad social tan aguda que provoca en las sociedades un verdadero abismo entre una minoría que acumula la riqueza y una mayoría que acumula necesidades insatisfechas, con extremos en muchos casos de la más absoluta indigencia.

Me parece importante plantear la pregunta, colocarla también en el centro del debate nacional, porque su respuesta, o sus respuestas, ponen en el banquillo de los acusados, aunque mas no sea en calidad de indagado, al sistema económico cuyo funcionamiento produce tamaña desigualdad.

Y no porque crea que no hay opciones, y que es inútil discutir sobre ellas. Pensar así, colocar como única disyuntiva cambiar el sistema o la imposibilidad de avanzar en el camino de una mayor equidad, es al fin de cuentas, en aras de “la lucha final” renunciar a la lucha. Además es falso. Es olvidarse que en estos años de gobiernos de izquierda se avanzó de manera consecuente en el combate a la injusticia social, y no sólo con las políticas específicas destinadas a mejorar la condición de vida de miles de compatriotas que hasta entonces debieron sobrevivir en el mayor desamparo, no sólo con una política tributaria que apuntó, y apunta, a que “paguen más quienes más tienen, y paguen menos quienes menos tienen”, sino, y me parece lo esencial, al devolver a la clase trabajadora la plenitud de sus derechos, derecho a la sindicalización, a la negociación colectiva y a la lucha, esto es, las armas de las que se valen los trabajadores organizados en su histórico y universal objetivo de alcanzar una sociedad sin explotados ni explotadores.

Así que la experiencia nos muestra que sí se puede avanzar en la mejora de la distribución del ingreso a través de la acción del estado y que éste pone a nuestra disposición múltiples mecanismos para lograrlo. Sólo que es bueno, al mismo tiempo, recordar que el carácter injusto de la distribución es inherente al modo de producción capitalista, y que es bueno explicar esto a nivel popular, explicar como funciona el sistema y como se produce la apropiación de la riqueza.

Es que el capitalismo, hoy omnipresente, aparece ante los hombres con dos caras, una brillante y luminosa, la otra torva y agresiva.

Por un lado se nos presenta brillante y luminoso, y no sólo omnipresente, sino además omnipotente. Nada le resulta imposible. Todo lo que el genio humano es capaz de proyectar, para bien o para mal, todo lo que el conocimiento científico pone potencialmente a nuestra disposición, en cualquiera de las esferas de ese conocimiento, el capitalismo se nos muestra capaz de transformarlo inmediatamente en objeto y volcarlo masivamente al mercado, transformado en mercancía que se compra y que se vende. Ya sea para salvar vidas como para destruirlas, no importa, pero con una eficiencia insuperable. Derrama a mares objetos destinados no sólo a satisfacer las crecientes necesidades humanas, sino destinados asimismo, por su sola presencia y por el marketing que los rodea, a crear necesidades nuevas que tales objetos van a satisfacer, en una inagotable espiral de consumo en el que descansa la vitalidad del aparato productivo. Se nos aparece así como el escalón final en el progreso civilizatorio de la humanidad. No hay más que pedir.

 

No hay más que pedir... salvo que quitemos la máscara y contemplemos el otro rostro, aquel que se esconde tras la vidriera deslumbrante.

Ya el rostro deja de ser atractivo, y comenzamos a comprender que el precio que la humanidad paga por este supuesto escalón final es muy elevado, tanto que pone en riesgo su propio futuro, y que detrás de esa supuesta omnipotencia del sistema, de su maravillosa eficiencia, de su vidriera deslumbrante, se esconde la esencia de un sistema cruel y despiadado, cuya medida de todas las cosas no es otra que la tasa de ganancia, la acumulación de la riqueza, y que en su nombre todo crimen se justifica.

Allí veremos que el fenómeno de la distribución injusta de la riqueza generada por el trabajo no es un asunto exclusivo del Uruguay, ni siquiera en el grado que alcanza como fenómeno universal. Los abismos que esa distribución genera entre ricos y pobres en el mundo escapan a la comprensión. Basta enterarnos que las fortunas de algunos supermillonarios supera la producción total de países enteros, que lo que alguno de ellos acumula en un día puede alimentar de por vida a poblaciones enteras. Revistas como Forbes acostumbran a deslumbrarnos cada año con la lista de los hombres más ricos del mundo, y sus fortunas de decenas de miles de millones de dólares. Y resulta que en el otro extremo, aquel que no aparece en las revistas de “éxito”, decenas de millones de hombres, también nacidos de vientre de mujer como aquellos, procuran sobrevivir con uno o dos dólares diarios.

¿Quiénes son unos, y quienes son otros? “Casualmente” aquellos, los de la revista Forbes, son los propietarios de los medios de producción y de circulación más poderosos del mundo, de las grandes multinacionales y los grandes bancos. Estos otros, en cambio, “casualmente” también, componen el mundo de los asalariados, en activo o en reserva, es decir ocupados o desocupados.

He aquí que ricos y pobres, en extremos tan desmesurados de riqueza y pobreza, no son otra cosa que el fruto de un modo de producción, el capitalista, que lleva intrínseco un proceso de distribución que conduce a la acumulación de la riqueza por un lado y de la pobreza por el otro. Ricos y pobres son, en definitiva, propietarios y desposeídos, empresarios y asalariados, explotadores y explotados. Se que molesta tal terminología, suena a viejo, a cosa de dinosaurios, pero debiéramos retomar la vieja costumbre de llamar a las cosas por su nombre.

Repito entonces que a pesar de lo dicho, concientes de que por un trecho cuya duración desconocemos deberemos transitar y procurar avanzar en el marco de una sociedad que se desenvuelve bajo el modo de producción capitalista, sólo nos queda procurar que dicho modo de producción funcione con el máximo de eficiencia y eficacia, que responda con el mayor grado de aproximación a nuestras concepciones del desarrollo nacional por lo menos tanto como al afán de lucro propio de los propietarios del capital, y procurar por otro lado, y a través del rol del Estado y las políticas gubernamentales, la instrumentación de mecanismos que posibiliten redistribuir con criterios de equidad la riqueza generada en el trabajo.

En una palabra, lo que el FA en el gobierno viene haciendo desde el 1º de marzo del 2005. Ni más ni menos.

Y cuando a pesar de todo seguimos percibiendo que la desigualdad persiste, que siguen habiendo ricos muy ricos y pobres muy pobres, que la brecha entre unos y otros no se reduce, en fin, que seguimos viviendo en una sociedad injusta, sería muy bueno que junto a esa constatación procuráramos explicar sus raíces, y trabajáramos por desarrollar la conciencia social en torno a estos temas. No sea cosa que la gente termine por concluir que la injusticia es fruto del progresismo en el gobierno. Y volvamos al pasado.