Si los seres humanos somos efectivamente el producto de las condiciones en las que vivimos, estas condiciones son también el producto de la acción humana.
Por lo tanto podemos incidir y construir socialmente las condiciones materiales y culturales en las que pretendemos vivir. Dicho de una forma popular, somos dueños de nuestro propio destino.
Es así que no está predeterminado, no es el resultante de la casualidad, sino por el contrario es el resultado de la acción consciente de los humanos para resolver las contradicciones centrales y desafíos de cada época histórica.
Podemos afirmar que hoy son miles y miles que toman conocimiento del carácter injusto e inhumano del sistema capitalista. Ese es el primer paso para su superación.
Nos encontramos frente a dos tendencias contradictorias, por un lado la creciente socialización objetiva de la producción y por otra la apropiación privada de lo creado. Una dependencia cada vez más estrecha, vincula a cientos de millones de personas en un trabajo que objetivamente no puede prescindir de la cooperación. Pero la organización, la dirección, la finalidad y la riqueza creada por este enorme mecanismo no están en sus manos. Está en manos del gran capital. El beneficio privado (el beneficio de cada empresa individual) sigue siendo el alfa y omega de la organización económica capitalista. La tendencia desenfrenada al enriquecimiento impide que las enormes capacidades productivas se pongan al servicio de la satisfacción de las necesidades humanas. Las contradicciones crecientes del sistema se descargan periódicamente en una sucesión explosiva de crisis económicas, sociales y político-militares extremadamente destructivas. La aniquilación de la cultura material y de la civilización humana básica, el retorno a la barbarie, se ha convertido en una posibilidad real y tangible.
Lo cierto es que por un lado existen las condiciones materiales para resolver las grandes desigualdades que vive la humanidad en alimentación, salud, viviendas, educación entre otras y por el otro una profunda desigualdad, pobreza y miseria de millones de personas. El capitalismo no ha significado una mejor calidad de vida para la humanidad, por el contrario cada vez son menos que tienen más y cada vez son más que no tienen nada. El capitalismo es profundamente injusto y despiadado donde una élite se enriquece sobre la explotación y apropiación del trabajo ajeno.
Hoy no encuentra salida para su crisis estructural que se expresa en la caída permanente de la tasa de ganancia, es decir de la rentabilidad, a pesar de los niveles de inversión y explotación de la mano del desarrollo tecnológico. Existe una mayor disputa a nivel de los mercados por la presencia de nuevos jugadores, en particular China que amenaza la hegemonía de EEUU. En este cuadro la guerra entre Ucrania y Rusia plantea una situación muy peligrosa y a su vez tentadora para el capital financiero que la provocó; dar un paso al frente e ingresar en una guerra sin retorno con la pretensión de destruir capitales, bienes materiales, mercados y de lo que sobreviva, de tal forma que le permita reconstruirse y volver nuevamente a renacer.
¿Apocalypse Now?
¿Es fatal que la humanidad se autodestruya? Si vemos la producción cinematográfica de Hollywood todo dirá que sí, pero nosotros creemos que es posible construir un mundo distinto al que nos ofrece el capitalismo.
Como fuerza de izquierda debemos entender la necesidad de una lucha práctica contra todas las formas de explotación y opresión -ya estén dirigidas contra las mujeres, nacionalidades, pueblos, grupos de edad, etc.- como componente necesario de la lucha por un mundo nuevo. Para el pensamiento y acción de izquierda el ser humano debe ser el centro de todo los esfuerzos, por lo tanto es imperativo derrocar “las relaciones que hacen del ser humano un ser humillado, esclavizado, abandonado, despreciable”. Es un imperativo moral y político; es nuestra “razón de ser”, intentar cambiar este sistema que nos somete. Si no lo hacemos entonces simplemente estaremos destinados a maquillarlo, a pretender humanizarlo, abandonando todo principio revolucionario, toda idea del “ser de izquierda” En la actualidad la batalla se dirime entre barbarie o civilización, democracia o fascismo, entre la guerra o la paz. No queda otro camino que sacarse de encima al capitalismo.
Volviendo al principio
“Si los seres humanos somos efectivamente el producto de las condiciones en las que vivimos, estas condiciones son también el producto de la acción humana.”
Esa es la encrucijada que enfrentan las fuerzas de izquierda y el propio Frente Amplio. Basta leer a Seregni en su discurso del 26 de marzo de 1971: “…Tampoco el Frente Amplio es una resolución circunstancial de partidos o grupos políticos; por el contrario, ellos han interpretado una exigencia que estaba en la calle; han dado forma y cuerpo a un sentimiento y a una urgencia de todo nuestro pueblo.”
En 1971 el FA nace como respuesta a la crisis y a la falta de salida a un sistema agotado, a la imposibilidad de los PPTT de dar respuesta a ella y a su sustitución en el poder por parte de la oligarquía. Esa expresión superior de la conciencia de amplios sectores del pueblo tiene en ese contexto histórico un carácter revolucionario. Es así que el FA no nace para maquillar al sistema, por el contrario nace con el mandato histórico de derrotar a la oligarquía y poner al pueblo a gobernar. Sin embargo en los 15 años de gobierno no se hizo nada para cambiar aspectos estructurales y culturales que debilitara el poder de las clases dominantes y fortaleciera el poder del pueblo. Faltó audacia para apelar y convocar al pueblo en la tarea de construcción de una sociedad más justa, en profundizar el ejercicio necesario de la democracia para despertar las fuerzas creadoras que se encuentran en el ceno de nuestro pueblo. Nuestra fuerza reside en el pueblo y a él nos debemos. Vista esa experiencia y la experiencia internacional, tanto en América Latina como en Europa, surge nuevamente la vieja (pero no menos actual) polémica entre Rosa Luxemburgo y Berstein : Reforma o Revolución.
A la luz de ella nos preguntamos: ¿el Frente Amplio es una fuerza política para realizar solamente reformas sociales o es una fuerza capaz de impulsar un proceso revolucionario democrático que de inicio a la emancipación del pueblo y lo ponga a gobernar?.
Esta pregunta dependerá en cierta medida del carácter y contenido de los grandes objetivos estratégicos que defina el programa para una etapa histórica y que propongan cambiar los aspectos estructurales que sustentan este sistema y modelo de la injusticia, sometiendo a la gran mayoría del pueblo uruguayo a una elite dominante que concentra la mayor parte de la riqueza que se genera en Uruguay.
¿Qué país, qué sociedad queremos construir a futuro?
De ahí la importancia de no quedarnos solamente en el diseño de un programa electoral de gobierno. Es importante ganar el gobierno, pero más importante es qué vamos hacer con él, para qué queremos ganar el gobierno. Para definir los “cambios profundos” es imprescindible desarrollar un programa estratégico que permita establecer a que puerto queremos llegar. Poder avanzar en profundidad incluye procesos de reformas unidas a la lucha y participación popular que acumulen en la dirección del cambio estructural necesario que hoy es barrera para el desarrollo del país.
La izquierda significa lo nuevo, el futuro, nunca la restauración.
Por lo tanto el Frente Amplio tiene la obligación teórica y práctica de mostrar el horizonte al cual debemos aspirara como sociedad. Abordar los nuevos desafíos, las nuevas contradicciones y tendencias que hoy tenemos por delante. Estas definiciones necesarias implican antes que nada poner los ojos en el pueblo, ¿que necesita, que quiere, cuales es su nivel de conciencia, de organización? ¿Que pasa en la región y en el mundo? ¿La oligarquía, el imperialismo, la burguesía media y pequeña? ¿Cuanto es posible avanzar en el programa? Que una a las clases subalternas y aísle a la clase dominante.
Podríamos definirlo así: ¿hasta donde ir debilitando la gran propiedad privada y promover la propiedad social, bajo distinta formas? Y ¿hasta dónde se profundiza la democracia, fortaleciendo instancias de Poder Popular, como ser la Comunidad Local participando en las decisiones?
Este programa estratégico debe ser parte del pueblo de tal forma que lo haga suyo, y ya consciente de su destino y de su papel en la historia como lo fue en el éxodo junto a Artigas, y en la lucha contra la dictadura, levante la esperanza por un futuro mejor, un país en el que se pueda vivir dignamente, una sociedad más libre y de iguales, donde definitivamente “el hombre no sea el lobo del hombre”.