El Chasque Nº 88
2/06/2023
Por Julio Castillo.
En este momento tenemos esa sensación de que volvemos a cero, a discutir nuevamente temas que aparentemente ya estaban saldados en el seno de la sociedad. Sin embargo la derrota del Frente Amplio y la no solución a determinados problemas de fondo habilitó esta nueva disputa por la hegemonía cultural y el sentido común de la sociedad por parte de los sectores conservadores. La izquierda había logrado construir en la sociedad una idea, un sentido común contrahegemónico al de las clases dominantes. Había ganado la batalla cultural que le permitió el triunfo. Palabras como solidaridad, justicia social, igualdad, libertad, derechos, comenzaron a ser comunes en el vocabulario del pueblo. Pero el hecho de no sostener coherentemente lo prometido, alejarnos de las necesidades de las personas, no incorporar al pueblo en el proceso de gobernar y una forma de hacer política, derivó al final en la derrota. Muchas palabras utilizadas por la izquierda e instaladas en el pueblo fueron dejadas de lado, como ser ”oligarquía” (provocó un gran revuelo en la interna del FA en el marco de la campaña electoral pasada) y por supuesto por parte de los PPTT utilizada para hablar de la “grieta de la sociedad”. La “lucha de clase” de pronto dejó de existir, se borró de Uruguay, a la pobreza se le llamó “vulnerabilidad”, “barrios pobres” fue sustituido por “contexto crítico” y además, nos llenamos de ONG´s en lugar de avanzar en las transformaciones estructurales que significaran un cambio radical y positivo en la vida de los uruguayos. Y la desacumulación que sufrió la izquierda (no es otra cosa que perder la batalla por la hegemonía) se vincula justamente a las incoherencia entre lo que digo y lo que hago, es decir, la distancia entre lo que dijimos ser y hacer con lo que realmente fuimos e hicimos.
Este aparente “dejá vu”, “esta película ya la vi” se da en un contexto más radical y más profundo con respecto a la ofensiva ideológica por parte de los sectores ultra conservadores y de las élites económicas. Quizás una de las batallas más de fondo referido al sentido común, a la batalla cultural -que no es otra que la lucha ideológica- se expresa en la intención de destruir todo lo acumulado positivamente por la sociedad; la visión humanística, solidaria, el “interés por lo común”, al valor de lo “público” donde la propuesta neoliberal pretende desmontar de nuestras cabezas el valor de los colectivo y sustituirla por el valor de la lucha individual, el esfuerzo personal y el mérito propio como únicas actitudes que al final dan su fruto.
Vale aquí el comentario descarnado de Manolito a Mafalda: “Nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás”.
Este paradigma va de la mano de la idea de que el Estado es un gasto, es ineficiente comparativamente con la actividad privada. Provoca déficit y además es una traba para el despliegue de todas las capacidades individuales. Por lo tanto debe retirarse de lo público, de lo que “nos es común”, para darle paso a la iniciativa privada y al mercado.
La proliferación de programas de entretenimiento en la TV similares a “American Idol”, “La Voz”, entre otros, se sustentan en esa idea. Ante los ojos de miles, el relato sostenido en la imagen en vivo como prueba de lo dicho, lleva a diseñar en nuestras cabezas la creencia de que esa persona simplemente se lo propuso, lo soñó, y por voluntad y mérito propio, logró alcanzar el éxito. Frases de los jueces como “no dejes de soñar”, “querer es poder”, junto a otras, conforman el vocabulario que construyen esa idea de que somos en forma individual los únicos responsables de cuan alto lleguemos, de cuantos logros obtengamos.
De ahí a construir el sentido común de que “ser pobre es porque se quiere ser”, “por no tener voluntad”, porque “no se quiere trabajar” o son “haraganes” es un paso; crear la idea de que la pobreza depende del estado de ánimo, de la actitud o sea, de un estado subjetivo y no de las relaciones sociales determinadas por las condiciones materiales existentes.
Sin ningún pudor lo dicen públicamente. Gabriel Capurro Presidente de la ARU en la Rural del Prado 2020:
“Aunque todos podemos estar de acuerdo en que la desigualdad extrema no esdeseable, la realidad es que la desigualdad de ingresos va a existir siempre por lapropia naturaleza humana, y es justo que así sea. Las personas somos todas distintas,tenemos objetivos de vida diferentes, actitudes y aptitudes diferentes, y actuamos ytrabajamos en consecuencia. Las diferencias existen y van a existir siempre entre laspersonas, y por lo tanto en los ingresos, que no pueden ni deben ser iguales”.
Nos quieren convencer de que ellos son ricos y millonarios porque son diferentes, por arte de magia o tocados por la “gracia divina” y no porque nacieron en cuna de oro, heredaron la riqueza y los medios de producción para explotar y apropiarse de la plusvalía, es decir del trabajo ajeno. Manini Ríos tiene lo que tiene porque viene de familia patricia y se apropió de tierras públicas (Colonización)
En el marco de la pandemia el gobierno estableció que íbamos a superar la emergencia sanitaria bajo el concepto de “la libertad responsable”, trasladando al conjunto de la sociedad la idea de que el comportamiento individual era determinante para enfrentar con éxito dicha situación, y por otro lado, exonerar en lo posible al gobierno como principal responsable para enfrentarla. Las vacunas llegaron tarde y el virus en Uruguay provocó 7.000 muertes.
El Fondo COVID se constituyó sobre un impuesto a los “funcionarios públicos” con determinados ingresos. Se hizo así aprovechando además la idea existente en la sociedad de que estos trabajadores tienen la vida resuelta, “hacen la plancha”, están “más cómodos que el uno a cero”, etc. Más de una vez escuchamos hablar con desprecio y resentimiento de los “empleados públicos” si bien en la doble moral de nuestra sociedad cuando hay un llamado a empleos públicos las listas de inscriptos supera largamente los puestos solicitados. Todos sueñan con un empleo público que se alimenta del mismo relato que lo critica.
En definitiva es una forma más de establecer en el imaginario social que el Estado es una carga que vive a costa de los ciudadanos honestos que “trabajan”. En los tiempos que corren todos los días tenemos alguna noticia sobre ese avance sostenido por parte del gobierno para permitir el saqueo del capital privado sobre lo público. Es ANTEL y el 5G, es la privatización del Portland ANCAP, la entrega a manos extranjera por 60 años del PUERTO, es la nueva reforma de las jubilaciones y pasividades, es el desmantelamiento de OSE, es la vergonzosa Transformación Educativa destruyendo las bases varelianas de la educación pública. Por supuesto que detrás de esta ofensiva ideológica y cultural se encuentra el objetivo económico de apropiación de la riqueza generada por los uruguayos por parte de una élite económica que representa al 1% de los uruguayos.
Esta batalla por la hegemonía cultural y sentido común se encuentra presente en la confrontación entre el batllismo como impulsor del Estado de bienestar y protector de los más débiles y el liberalismo conservador del herrerismo, el riverismo y el ruralismo. Es una vieja lucha que tuvo diferentes etapas donde el objetivo de las fuerzas conservadoras siempre ha sido intentar desmantelar lo que queda de ese Estado de bienestar tanto en el terreno institucional como en el imaginario social.
Derribar la idea del Estado como protector de los más débiles o que el Estado tenga responsabilidades sobre la vida de la gente es en definitiva derrotar en las personas el “interés por lo común”, por lo “público”, por “el otro”.
Y ese “interés por lo común” no solamente significa luchar por mantener las empresas públicas o la educación y la salud pública como parte del patrimonio y del ser uruguayo, también encierra la necesaria acción colectiva como fuerza transformadora que choca con la propuesta neoliberal que presenta a un individuo emprendedor, aislado del resto, capaz de construir su propio destino por mérito propio sin necesidad de ayuda.
Gramsci señala que “la hegemonía es, en cambio, el proceso de dominación social, pero ya no como una imposición desde el exterior, sino como un proceso en el que las clases subalternas reconocen como propios los intereses de las clases dominantes.La lucha por la hegemonía es la disputa por la administración del sentido, por hacer aparecer una concepción del mundo como la más válida y convincente. En este sentido, el sentido común dominante es el sentido común de las clases dominantes.”
Uruguay logró construir a lo largo de su historia determinados avances sociales e institucionales que fueron un rasgo característico de nuestro país y que determinaron una idea del ser uruguayo. Sin embargo, esos reductos que aún se mantienen en pie están siendo atacados por la actual coalición ultra conservadora en los hechos y en el imaginario colectivo.
El neoliberalismo no es pacífico, por el contrario es destructivo y va por todo lo público y necesita modificar y consolidar una nueva hegemonía cultural que remita a los uruguayos a simples consumidores. La medida del éxito, el fracaso y la felicidad se relaciona directamente con la capacidad de consumir.
Construir una sociedad que culturalmente no se interrogue a sí mismo, no se cuestione, que sea acrítica y simplemente dedique el tiempo a trabajar y consumir pasa por instalar argumentos y discursos que naturalizan y transforman en sentido común la idea que el individuo depende exclusivamente de sí mismo.
Un ejemplo en la vida real donde se expresó esa batalla cultural ideológica fue la reciente reforma de las jubilaciones y pasividades votada por este gobierno. El argumento se sostiene en esa construcción ideológica del individualismo confrontando argumentalmente el valor de lo público y de la solidaridad. Además del ajuste económico que significa esta reforma a favor del capital y de las patronales, introduce obligatoriamente el ahorro individual a través de las Afaps contraviniendo la idea existente en la sociedad sobre el valor “de lo común”; la solidaridad intergeneracional que históricamente sostuvo al sistema de previsión social.
También nuestra historia se ve impregnada por esta lucha a través del ideal del “ser especial”, del individuo por encima del colectivo. Es el Artigas, héroe de la patria, único caudillo capaz de derrotar a los españoles. Este relato busca diluir la acción del pueblo oriental que lo llevó y eligió como protector de los pueblos libres. Oculta la participación directa de un pueblo alzado en armas que luchó conscientemente por la libertad y las grandes ideas revolucionarias que caracterizó al proceso artiguista.
La ofensiva reaccionaria sobre el relato de las causas del Golpe de Estado así como lo referido a las consecuencias y en particular presentar a la sociedad a los torturadores procesados como “presos políticos” es un claro ejemplo de la ofensiva de la derecha. Fue muy significativo en este sentido la operación política ideológica realizada por los nostálgicos bajo el manto cómplice de la Iglesia Católica y su Cardenal Sturla en el marco del 18 de mayo, Batalla de las Piedras y creación del Ejército Oriental. El silencio expreso del Presidente referido al 20 de mayo, fecha del asesinato de Michelini y el Toba, los ataques al homenaje a las Muchachas de Abril en el Parlamento por parte de diputados militares retirados integrantes de Cabildo Abierto se inscribe en esta batalla por la hegemonía cultural y el sentido común.
Muy pronto se cumplirán los 50 años de la Huelga General, hecho heroico protagonizado por los trabajadores agrupados en la CNT (Central Única de Trabajadores). Hablando del papel de los sindicatos este acontecimiento que enfrentó al Golpe de Estado mostró la madurez y responsabilidad democrática de la CNT y del movimiento popular. Los trabajadores durante 15 días junto a los estudiantes y pueblo en general estremecieron al mundo enfrentando y resistiendo a los golpistas en los hechos y no en las palabras. Esta acción consciente de miles de personas yendo a la Huelga General, es tergiversado, disminuido y ocultado por parte de los nostálgicos de la dictadura y por aquellos representantes de la élite económica que pretenden destruir el papel de los sindicatos en la vida del país y de la necesaria unidad de los trabajadores para conquistar nuevos horizontes de justicia.
Para la lógica empresarial los trabajadores son un gasto, y jamás personas con derechos. No es de sorprenderse que el herrerismo, Cabildo Abierto y el Partido Colorado votaron la nueva ley de negociación colectiva, haciendo que todos los convenios alcanzados caigan al terminar el año.
Con la excusa de la OIT, las Cámaras Empresariales plantearon esta iniciativa. Para Cabildo Abierto que sea un argumento externo, no lo molesta ni se hace el defensor de la soberanía ni acusa a las Cámaras Empresariales en apoyarse en ideas foráneas como si lo hace con la prisión domiciliaria para los torturadores.
Con esta ley se logra que las patronales se apropien de un mayor parte de la riqueza excedente generada por los propios trabajadores. Una ley que permite el robo del trabajo ajeno. A su vez incorpora un elemento más de inestabilidad e inseguridad al trabajador y al desarrollo del país.
Desprestigiar la lucha colectiva negando sus resultados, burlarse de ellas como lo hizo Sanguinetti en su gobierno con los maestros, y que Lacalle Pou hace hoy con los trabajadores de Conaprole, es la muestra más clara de esa ofensiva para derrotar la idea y la esperanza de que los uruguayos podemos construir una sociedad entre todos, digna, justa y solidaria.
Por lo tanto nos oponemos a vivir en una sociedad determinada por el “arréglate como puedas” y “sálvese quién pueda”; resignados a pasar por estas tierras sin pena y sin gloria, como zombis, muertos en vida, carentes de consciencia y dominados por el impulso de consumir.
Es imprescindible confrontar este discurso por parte de la izquierda y no ceder ante esta ofensiva. Es una tarea estratégica. Desentrañar sus argumentos y sus mentiras es parte central de la batalla por la hegemonía cultural.
Queremos una patria donde lo “común” no sea compartir la pobreza sino por el contrario sea compartir los frutos y la riqueza generada por el trabajo digno; es decir, conquistar definitivamente “la pública felicidad” de los uruguayos.