El Chasque 90
16/06/2023
Julio Castillo

 

Carlos Real de Azúa y su ensayo “Uruguay ¿una sociedad amortiguadora?” presenta una reflexión perceptiva de nuestra sociedad. Parecería ser más la creencia de aquello que quisiéramos ser pero no lo fuimos, no lo somos, ni lo seremos. En definitiva una simple expresión de deseo. Independientemente de la hipótesis propuesta por Real de Azúa y su intención debemos decir que la experiencia concreta del devenir histórico de Uruguay desmiente toda visión edulcorada y apacible de nuestra sociedad.

Existe por parte de la ideología dominante la intención de construir en el presente un sentido en el cual la “confrontación, lucha o disidencia” promueve “la grieta” y es contraria a todo comportamiento “civilizado” o “políticamente correcto”.

Carlos Real de Azúa advierte en su ensayo: “La opinión de que en el Uruguay los conflictos sociales y políticos no llegan a la explosión, de que toda tensión se «compone» o compromete», al final, en un acuerdo, la propensión «irénica»* o anticatastrófica que parecerían tener los antagonismos uruguayos, no es ciertamente una concepción del presente, puesto que más bien militan a contrariarla muchas representaciones actuales del país.”

Hoy más que una “sociedad amortiguadora” prefieren una “sociedad adormecida” donde no exista ni una sola voz que se levante en su contra. El negar la lucha, el revelarse contra lo establecido, ir contra el status quo o el sentido común son aspectos de la lucha ideológica que se entroncan con esa propuesta cultural de mostrar una sociedad sin grandes conflictos en su historia, tan suave como su “penillanura levemente ondulada”.

Hay un intento de validar el concepto conciliatorio de nuestra sociedad, cuando Sanguinetti y Mujica presentan juntos un libro aquí en Uruguay o en la Feria del Libro en Argentina.

Algo similar sucede cada vez que juega “la Celeste”. Los medios de prensa hegemónicos desarrollan una serie de conceptos que pretenden mostrar que ese hecho nos une por encima de las diferencias sociales, que nos abrazamos y nos imaginamos que así son las cosas. Pero no, solamente sucede en la imaginación ya que la lucha de clase, como el Diablo, mete la cola en la vida de la gente.

La historia muestra que la conformación de Uruguay como Nación se da conjuntamente con la consolidación de las relaciones de producción capitalistas en el cual no podemos afirmar que ese período fuera pacífico, por el contrario, estuvo marcado por guerras civiles tremendas – degüellos y matanzas de por medio – que culminaron en la construcción de la unidad nacional y de un “Estado” – autoridad” como aparato burocrático ordenador de la vida de la gente en todo el territorio.

Oribe lo escribía sin ningún arrepentimiento: “Treinta y tantos muertos y algunos prisioneros, entre los que quedo el salvaje unitario titulado general Juan Apóstol Martínez, al que le fue ayer cortada la cabeza, fue el resultado de este hecho de nuestras armas federales”

Resuelto el largo conflicto entre las clases dominantes (unitarios – federales y posteriormente “batllismo – ruralismo) como parte de la creación y madurez de la misma (condición necesaria para la existencia del capitalismo) se inicia un período de expansión económica y consolidación del modo de producción capitalista basado en la “explotación del hombre por el hombre”.

Probablemente la imagen del “Uruguay del consenso” se construyó en el período determinado por el batllismo y su reformismo social influenciado por corrientes socialdemócratas con la pretendida aspiración de construir una sociedad equilibrada, y por qué no, de conciliación entre las clases sociales.

A pesar de esa herencia reformista, denominada hoy como “Estado de Bienestar” con cierta “paz social”, que aseguró al mismo tiempo las libertades democráticas y el capitalismo dentro de un mercado regulado por el Estado, encontramos que las contradicciones y tensiones sociales se caracterizaron por un confrontación creciente entre la clase propietaria de los medios de producción y los trabajadores.

Es decir, entre el capital y el trabajo, entre explotados y explotadores, alcanzando su nivel más alto en el desarrollo de la lucha de clase en el Uruguay del siglo XX, con la Huelga General en respuesta al Golpe de Estado.

Esa idea de que “hablando la gente se entiende” de “seguir el orden natural de las cosas” y que vivimos en una sociedad de consensos, “amortiguadora” dista mucho de la realidad.

Este ideal de sociedad pretende ocultar aquello que definiera Marx sobre “la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”, siendo hoy en Uruguay la lucha no resuelta entre la oligarquía vinculada al capital financiero y por el otro lado el resto del pueblo.

Todos sabemos como molestó a derecha e izquierda escuchar a Graciela Villar señalar que la contradicción seguía siendo entre “oligarquía y pueblo”.

Ocultar la lucha de clases bajo una aparente “sociedad consensuada y de conciliación” ha permitido por parte de las clases dominantes a sus partidos políticos y por que no, sectores timoratos de la izquierda en señalar a la lucha de los trabajadores o sectores del pueblo como responsables de “profundizar la grieta” o de darle “argumentos a la derecha”.

Basta escuchar los comentarios en torno al conflicto del IAVA, en el intento de ningunear a los estudiantes en sus reivindicaciones así como el conflicto de los docentes o la lucha que lleva adelante los trabajadores de la industria láctea.

La propuesta de no profundizar “la grieta”, significa en el fondo alejar del horizonte toda idea de cambio, de revolución, introduciendo en el seno del pueblo la resignación y la desesperanza por alcanzar una sociedad mejor. Por lo tanto debemos conformarnos y no hacer nada con la “grieta” que separa a pobres de ricos, explotados y explotadores ya que en definitiva hay que “seguir el orden natural de las cosas”.

En cierta medida el éxito de las clases dominantes en la batalla cultural unido al resurgir de la socialdemocracia como opción política nos refiere a las consecuencias derivadas del derrumbe de la experiencia soviética en la construcción del socialismo. Este nuevo contexto llevó a una ofensiva ideológica reaccionaria que ha logrado permear a sectores de la izquierda y de la sociedad en esa visón edulcorada, de una posible humanización del capitalismo como tercera vía, donde se hace de la democracia una acción meramente performativa cada cinco años cuando se vota o la “mise en scène”en el Parlamento, a sabiendas de que hoy se sientan en él sectores fascistas y nostálgicos de la dictadura.

Nos hacen creer que es posible la conciliación de clases o el “consenso social” cuando en el presente esa propuesta no dialoga históricamente con las necesidades de expansión del capital financiero para adueñarse de la mayor cantidad de riqueza creada por los trabajadores y el pueblo en general.

Esa expansión es violenta y despiadada. Alcanza recordar la reciente reforma de las jubilaciones y pensiones que saquea alevosamente los dineros públicos de los trabajadores a favor del capital financiero.

La esencia y razón de ser es obtener las mayores ganancias incrementando la explotación y si es necesario, llevándose puesta las instituciones democráticas, leyes y consensos.

Basta ver las nuevas leyes votadas por la derecha que regulan en la actualidad los consejos de salarios. El consenso y la “sociedad amortiguada” se fue a la basura. Tomemos nota, ellos rompieron ese acuerdo que significará un retroceso en las condiciones de vida de los trabajadores.

El margen para posibles acuerdos, negociaciones o consensos que amortigüen el conflicto social ya no existe. El neoliberalismo y el capital financiero a empujado al límite esa posibilidad. Tenemos que ser honestos en establecer que para avanzar en los cambios futuros y cubrir las necesidades del pueblo no existe término medio. El ajuste es sobre el capital financiero, apropiándonos de parte del excedente acumulado en sus manos o es sobre el pueblo en beneficio del capital financiero y las clases dominantes. Es central que la izquierda tome nota del pasado y entienda que para reducir la fuerza política de la derecha y de las clases dominantes pasa por limitar su poder económico. Esto no se resuelve exclusivamente con medidas impositivas, es necesario limitar la propiedad privada sobre los medios de producción y los recursos centrales de la economía.

Nada de esto puede confundir el significado de la unidad popular y de la izquierda y su proceso. Esa unidad ha sido y es sellada en la lucha concreta y no sobre acuerdos de cúpulas. Es un consenso abonado generosamente por el sacrificio popular en la lucha por construir una nueva sociedad contra el único enemigo que se opone a la pública felicidad: la oligarquía unida fuertemente al capital financiero.

Por lo tanto, en el marco de los 50 años de la heroica Huelga General hacemos un llamado para construir desde abajo, en los barrios, en el campo, en las fábricas y trabajos, en los centros de estudios un nuevo “consenso”, un programa político social que abarque a la gran mayoría del pueblo y lo ponga a gobernar, unidos por el gran objetivo de derrotar definitivamente la tristeza, la desesperanza y con Artigas, alcanzar definitivamente la “pública felicidad”.

*(El irenismo es la tesis que sostiene que la paz es el estado normal de la sociedad y que, por tanto, las guerras son fruto, bien de desórdenes irracionales, bien de la malignidad de los políticos.) 

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