Julio Castillo
El Chasque 129
15/03/2024

La Zona de Interés es un film que en la actualidad nos muestra que la convivencia con la injusticia y el horror es más común de los que parece.

Noemí Klein, periodista de The Guardian, hace un análisis inteligente sobre el significado y la proyección simbólica – no abstracta- de la película “La Zona de Interés” premiada con la estatuilla del Oscar al mejor film internacional. Jonathan Glazer, su director, de origen judío hizo un discurso que coloca en presente aquella atrocidad que se perpetró en el campo de concentración de Auschwitz como en otros tantos.

Glazer recogía el premio a la mejor película internacional por “La zona de interés”, inspirada en la vida real de Rudolf Höss, comandante del campo de concentración de Auschwitz. La película sigue la idílica vida doméstica de Höss con su mujer y sus hijos, que se desarrolla en una casa señorial y un jardín inmediatamente adyacentes al campo de concentración. Glazer ha descrito a sus personajes no como monstruos, sino como «horrores no pensantes, burgueses, con aspiraciones profesionales», personas que consiguen convertir el mal profundo en ruido blanco”.

En este hecho vuelve a estar presente el concepto y tesis de la periodista y ensayista Hannah Arendt sobre la “banalidad del mal”, desarrollado durante el juicio al criminal de guerra Adolf Eichmann por parte del Estado de Israel. Tanto Eichmann como Rudolf Höss, eran funcionarios del régimen nazi que actuaron totalmente conscientes y convencidos de que hacían lo correcto apoyados en las teorías supremacistas y raciales. No fueron personas que padecían alguna psicosis, demencia o condición monstruosa para cometer esas atrocidades, todo lo contrario, fueron personas comunes que cumplieron su trabajo en forma exhaustiva y profesional. Eichmann, responsable directo del diseño la “solución final” da inicio a lo que luego se llamó “Holocausto”, es decir el exterminio masivo y sistemático del pueblo judío por el simple hecho de serlo. El otro, un funcionario clave dentro de la solución final, que tenía su casa en la parte trasera de Auschwitz, y al igual que en el teatro, detrás de bambalina, dirigió esa maquinaria de destrucción de vidas humanas sin cuestionarse ni un minuto en su accionar. De esa forma vivió con su familia en una casa extra muro del campo de concentración, compartiendo y conviviendo el horror como el entorno normal y natural.

Es real que para infringir tanto dolor, asesinar en forma sistemática es necesario alcanzar un nivel de alienación ideológica que justifique ese accionar. Este comportamiento no fue patrimonio exclusivo de los nazis. En Uruguay, los torturadores Nino Gavazzo, “Pajarito” Silveira y otros oficiales hacían reuniones tipo “picnic” con sus familias en el exterior del penal de Punta de Rieles, donde se encontraban detenidas las presas políticas. Paseaban a sus hijos e hijas en caballo por el perímetro del penal como un lugar de divertimento. Al igual que Rudolf Hoss actuaron convencidos y justificaron (hasta ahora) las torturas, desapariciones, secuestros de niños y asesinatos en que lo asistía una causa justa y patriótica; liberar del mal del comunismo a la sociedad uruguaya.

Sabemos de la importancia de la propaganda o la publicidad en la construcción de percepciones y relatos que construyen sentidos. Es parte central en la batalla cultural para justificar determinadas acciones. Para el asenso de Hitler y el nazismo y construir la base argumental y cultural que permitiera convivir con el genocidio sobre el pueblo judío fue clave la propaganda, así también para justificar los golpes de estado o perseguir a los inmigrantes como si fueran terroristas y hacernos creer que es correcto que así sea.

Lo vemos en el propio Manini Ríos, candidato a la presidencia de la República y senador, cuando insiste en los viejos argumentos fascistas al señalar que las FFAA son la “garantía” para evitar que organizaciones “antidemocráticas” como la central de los trabajadores (PIT-CNT) actúen contra el Estado uruguayo. En realidad es una forma de construir una falso relato, tergiversar los hechos históricos, y lo peor, justificar el golpe de Estado con sus consecuencias derivadas de la represión.

Entonces cobra importancia para el hoy y la memoria las palabras de Glazer cuando señala sobre su film:

Vivimos el genocidio y exterminio del pueblo de Palestina como un hecho normal, natural y justificado por el trauma hereditario, el excepcionalismo y en un supuesto derecho histórico. Hoy esa violencia es parte integrante de nuestras vidas. Todos somos Rudolf Hoss. Sabemos lo que sucede y aprendemos a vivir en ese ambiente de violencia a escala mundial como lo hacemos de igual forma con la violencia delictiva o la corrupción. Disfrutamos a nuestros hijos e hijas, vamos al Parque Rodó, los andamos en caballito, al igual que lo hacía el Pajarito Silveira con sus hijos en el Penal de Punta de Rieles. Nos juntamos los domingos en familia mientras al otro lado del mundo, de nuestro mundo, se sigue asesinando al pueblo palestino. Y en esto no existe la metáfora o propaganda que tergiverse el hecho, es totalmente real.

Debemos salir del letargo en que estamos y comenzar a actuar contra todo nuevo holocausto y genocidio que se quiera realizar en nombre de una supuesta bandera, en nombre de la libertad o de la democracia.

El sistema capitalista está llevando a la humanidad hacia el precipicio y como una espiral ascendente vemos la continuidad entre un pasado y un presente donde se repiten los mismos horrores con una mayor pérdida de la condición humana porque ese ya lo vivimos, lo conocemos.

La democracia liberal ya no le sirve al capital para su objetivo de incrementar la rentabilidad, de saquear los dineros públicos y de los trabajadores, poco a poco la va dinamitando y vaciando de su viejo contenido republicano.

En Europa, país tras país, van cayendo a manos de la ultraderecha y de sectores nostálgicos de aquel régimen que dedicó parte de su política a exterminar a otro pueblo. Hoy se ve como natural que lleguen cuerpos de niños ahogados a la costa mediterránea europea fruto del naufragio de embarcaciones llenas de migrantes que buscan escapar de la tragedia que viven es sus tierras africanas. Se votan nuevas leyes para prohibir su rescate y evitar el ingreso de estas personas a Europa. Son tratados como desechos humanos. Cada vez son más fuertes los movimientos que promueven el odio al inmigrante, al musulmán, al árabe, fogoneados por la ultraderecha y el neofascismo. Y sin embargo todos sabemos que estas corrientes migratorias son resultado de un largo sometimiento colonialista e imperialista llevadas adelante por los países europeos en África.

Y frente a estos niveles de deshumanización no reaccionamos. Es parte de nuestro ambiente. Vivimos rodeados de matanzas masivas, hambrunas, crímenes de todo tipo contra la humanidad y seguimos viviendo nuestras vidas felices. Probablemente sea que ha ganado definitivamente la creencia de que la salvación es individual. Lo único que importa es mi vida y los demás que se arreglen como puedan.

Quizás ese refugiarse en la vida personal, aislarse del mundo, el no saber como enfrentar esa situación es justificada y confirmada por el fracaso e inoperancia de los organismos internacionales creados luego de la 2º Guerra Mundial para evitar que se repitan aquellos hechos terribles de genocidio y matanzas. Si ellos no pueden, menos puedo yo. Es caer en el conformismo, “laissez faire, laissez passer”.

Y esa naturalización del horror o la desgracia que viven miles comienza con pequeñas cosas. Hay en este momento cerca de 3000 personas en situación de calle. Lo vemos, no podemos evitarlo porque están en todos lados y sin embargo lo admitimos y convivimos con esa realidad. Muchos creen que esta gente se lo merece, porque se equivocaron cuando eligieron un camino que los llevó a esa situación. Por lo tanto no nos incumbe ni somos responsables. Esa justificación es en el fondo deshumanización, liza y llana. Es expresión de la degradación de la sociedad. Vale para explicar cerca del 20% de pobreza actual cuando aparecen las teorías subjetivas que ponen el problema por fuera de las relaciones sociales y económicas que determina que unos sean ricos y otros pobres. Lo son porque no tuvieron la voluntad, son indolentes y no quieren trabajar. Son vagos. Y esa construcción ideológica va ganando el espíritu de la sociedad y justificando la violencia que implica tener miles de pobres comiendo de la basura o viviendo de la limosna. Va naciendo la aporofobia, el odio al pobre y a todo lo que lo rodea.

El FA no puede ver esto como el resultado de una situación subjetiva o de actitud de las personas que no quieren progresar.

No podemos hablar de que existe hoy “fractura social”, cuando la esencia del sistema capitalista implica la existencia de clases sociales y su característica es la agudización de esa fractura social.

No podemos hablar de fractura social sin hablar de las clases sociales y de la explotación y la injusticia intrínseca que crea el sistema capitalista. Expulsa y seguirá expulsando a millones al borde de la sociedad. Seguirá impulsando las guerras y los genocidios para mantener la maquinaria productiva de las armas y los planes de expansión y reformulación de los mercados.

Entonces no podemos sugerir que la fractura social, como menciona Bergara, la vamos a resolver con el apoyo de los Salesianos, organización católica privada, que según parece ha hecho mucho por los más humildes. Ellos están desde hace mucho tiempo atrás y sin embargo la fractura social se mantuvo, no lograron modificar esa realidad más allá de sus buenas intenciones de rescatar a jóvenes humildes de la pobreza.

Lo que vivimos se llama capitalismo y por esencia provoca la grieta social ya que necesita de la explotación de unos sobre los otros para reproducirse y existir.

Y los poderosos siguen acumulando riquezas a costa de los trabajadores. En este gobierno de oligarcas, de los malla oro, los trabajadores transfirieron desde sus sueldos más de 1000 millones de dólares a los señores dueños del país. Somos los comunes, los humildes, el pueblo trabajador y el único camino, si no queremos fracasar, es elevarnos como sujetos conscientes, constructores de nuestro propio destino y luchar juntos para desplazar del poder a la oligarquía, al poder saqueador del gran capital y conquistar la verdadera libertad al construir, como soñaba Artigas, la “publica felicidad”.