[Este artículo fue escrito en 1903, veinte años después de la muerte de Marx. Aquí Rosa trata un problema que a menudo se discute hoy, sobre todo en los círculos intelectuales: ¿es la doctrina marxista algo tan rígido y dogmático que no deja margen para la creatividad intelectual?
[Su respuesta es un no enfático. Demuestra que si en los últimos veinte años del siglo XIX hubo pocos aportes a la teoría marxista fuera de los escritos de Engels, ello no se debía a que el marxismo estaba perimidoo era incapaz de seguir avanzando. Por el contrario; es que la lucha de clases no había llegado alpunto de crear nuevos problemas prácticos que exigieran sus correspondientes avances teóricos. “Marx, en su creación científica, nos ha sacado distancia como partido de luchadores. No es cierto que Marx ya no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras necesidades todavía no se adecúan a la utilización de las ideas de Marx.”
[Su confianza en que las propias necesidades de la lucha provocarían el surgimiento de marxistas capaces de elaborar y desarrollar la teoría revolucionaria se vio confirmada en poco tiempo. En los años turbulentos de las dos primeras décadas de este siglo aparecieron los aportes teóricos necesarios para garantizar el triunfo de la Revolución Rusa, como las teorías de Lenin sobre el partido, la cuestión nacional y el derecho de las naciones a la autodeterminación, y la teoría de la revolución permanente de Trotsky.
[“Estancamiento y progreso del marxismo” apareció en Karl Marx: Thinker and Revolutionist (Karl Marx: Pensador y Revolucionario), simposio recopilado por D. Riazanov (New York, International Publishers, 1927). La presente versión es de la traducción al inglés de Eden y Cedar Paul.]
En su argumentación, superficial pero a ratos interesante, titulada Die soziale Bewegung in Frankreich und Belgien [El movimiento socialista en Francia y Bélgica] Karl Grüni señala con acierto que las teorías de Fourier y Saint-Simon afectaron de manera muy diversa a sus respectivos partidarios. Saint-Simón fue el antepasado espiritual de toda una generación de brillantes escritores e investigadores de distintos campos de la actividad intelectual; los seguidores de Fourier se limitaron a repetir como loros las palabras de su maestro, incapaces de desarrollar sus enseñanzas. La explicación de Grün es que Fourier entregó al mundo un sistema, acabado, en todos sus detalles, mientras que Saint-Simonii entregó a sus discípulos un saco lleno de grandes ideas. Aunque me parece que Grün presta poca atención a la diferencia profunda, esencial entre las teorías de estos dos clásicos del socialismo utópico, pienso que su comentario es acertado. No cabe duda de que un sistema de ideas esbozado en sus rasgos más generales resulta mucho más estimulante que una estructura acabada y simétrica que no deja nada que agregar ni ofrece terreno para los esfuerzos independientes de una mente activa.
¿Explica esto el estancamiento de la doctrina marxista que se ha visto durante varios años? Es un hecho que —aparte de uno o dos aportes teóricos que señalan un avance— desde el último tomo de El capital y los últimos escritos de Engels no han aparecido más que unas cuantas popularizaciones y explicaciones excelentes de la teoría marxista. La esencia de la teoría quedó donde la dejaron los dos fundadores del socialismo científico.
¿Se debe ello a que el sistema marxista ha impuesto un marco demasiado rígido a las actividades intelectuales? Es innegable que Marx ha ejercido una influencia un tanto restrictiva sobre el libre desarrollo teórico de muchos de sus discípulos. ¡Tanto Marx como Engels se vieron obligados a negar toda responsabilidad por las perogrulladas de muchos autotitulados marxistas! Los escrupulosos esfuerzos dirigidos a mantenerse “dentro de los límites del marxismo” han resultado tan desastrosos para la integridad del proceso intelectual como el otro extremo, que repudia totalmente el enfoque marxista y manifiesta la “independencia de pensamiento a toda costa”.
Pero es sólo en el terreno económico que podemos hablar de un cuerpo más o menos acabado de doctrinas legadas por Marx. La más valiosa de sus enseñanzas, la concepción materialista dialéctica de la historia, no se nos presenta sino como un método de investigación, unos cuantos pensamientos geniales que nos permiten entrever un mundo totalmente nuevo, que nos abren perspectivas infinitas para el pensamiento independiente,
que le dan a nuestro espíritu alas para volar audazmente hacia regiones inexploradas. Sin embargo, incluso en este terreno la herencia marxista, salvo pocas excepciones, no ha sido aprovechada. Esta arma nueva y espléndida se herrumbra por falta de uso; la teoría del materialismo histórico está tan incompleta y fragmentaria como nos la dejaron sus creadores cuando la formularon por primera vez.
No puede afirmarse, pues, que la rigidez y el acabado de la estructura marxista sean la explicación de que sus herederos no hayan proseguido la edificación.
Se nos suele decir que nuestro movimiento carece de personas de talento capaces de elaborar las teorías de Marx. Esa carencia es delarga data; pero la carencia en sí exige una explicación, y no puede plantearse como respuesta al interrogante fundamental. Debemos recordar que cada época forma su propio material humano; que si un periodo realmente exige exponentes teóricos, el periodo mismo creará las fuerzas necesarias para la satisfacción de esa exigencia.
¿Existe una verdadera necesidad, una real demanda de mayor elaboración de la teoría marxista?
En un artículo acerca de la controversia entre las escuelas marxista y jevonsiana en Inglaterra, Bernard Shawiii, hábil exponente del semisocialismo fabiano, fustiga a Hyndmaniv por afirmar que el primer tomo de El capital le permitió un entendimiento total del marxismo, y que no había lagunas en la teoría marxista, a pesar de que Federico Engels, en su prefacio al segundo tomo de El capital, dijo que el primer tomo, con la teoría del valor, había dejado sin solución un problema económico fundamental, solución que no aparecería hasta la publicación del tercer tomo. Shaw realmente logró que Hyndman quedara un poco en ridículo, aunque Hyndman podría consolarse pensando que prácticamente todo el mundo socialista está en la misma situación.
El tercer tomo de El capital, con la solución del problema de la tasa de ganancia (el problema fundamental de la economía marxista) apareció recién en 1894. Pero en Alemania, como en otros países, se había utilizado para la agitación el material incompleto del primer tomo, la doctrina marxista se había popularizado y había encontrado aceptación sobre la base de este único tomo; la teoría marxista incompleta había obtenido un éxito fenomenal; nadie había advertido que había una laguna en la enseñanza.
Además, cuando el tercer tomo vio la luz, aunque llamó un poco la atención en los círculos cerrados de los expertos y suscitó al gunos comentarios, en lo que concierne al movimiento socialista en su conjunto el nuevo volumen casi no impresionó en las grandes regiones donde las ideas expuestas en el primero se habían impuesto. Las conclusiones teóricas del tercer tomo no provocaron intentoalguno de popularizarlas, ni lograron amplia difusión. Por el contrario, entre los mismos socialdemócratas solemos sentir los ecos de la “desilusión” que tanto expresan los economistas burgueses con respecto al tercer volumen de El capital; estos socialdemócratas demuestran así hasta qué punto habían aceptado la exposición “incompleta” de la ley del valor del primer tomo.
¿Cómo explicar tan notable fenómeno?
Shaw, quien (para usar su propia expresión) gusta de “reírse disimuladamente” de los demás, tiene un buen motivo para burlarse de todo el movimiento socialista, ¡en la medida en que se basa en Marx! Pero, de hacerlo, se “reiría solapadamente”
de una manifestación muy seria de nuestra vida social. La extraña suerte de los tomos segundo y tercero de El capital es prueba terminante del destino general de la investigación teórica en nuestro movimiento.
Desde el punto de vista científico, hay que considerar que el tercer tomo de El capital completa la crítica de Marx al capitalismo. Sin este tercer volumen no podemos comprender la ley que rige la tasa de ganancia; ni la división de la plusvalía en ganancia, interés y renta; ni la aplicación de la ley del valor al campo de la competencia. Pero, y esto es lo principal, todos estos problemas, por importantes que sean para la teoría pura, son relativamente poco importantes desde el punto de vista de la lucha de clases. En lo que a ésta concierne, el problema teórico fundamental es el origen de la plusvalía, o sea la explicación científica de la explotación, junto con la dilucidación de la tendencia hacia la socialización del proceso de producción, es decir, la explicación científica de las bases objetivas de la revolución socialista.
Ambos problemas encuentran solución en el primer tomo de El capital, que deduce que la “expropiación de los expropiadores” es el resultado inevitable y definitivo de la producción de plusvalía y de la concentración progresiva del capital. Con ello queda satisfecha, en cuanto a teoría, la necesidad esencial del movimiento obrero. Los obreros, partícipes activos en la lucha de clases, no tienen un interés directo en la forma en que la plusvalía se distribuye entre los distintos grupos de explotadores; o cómo, en el curso de esta distribución, la competencia provoca ajustes en el proceso de producción.
Es por eso que, para la generalidad de los socialistas, el tercer tomo de El capital sigue siendo un libro cerrado.
Pero en nuestro movimiento lo que vale para la doctrina económica de Marx vale para la investigación teórica en general. Es totalmente ilusorio pensar que la clase obrera, que lucha por elevarse, puede adquirir por su cuenta gran capacidad creadora en el dominio de la teoría. Es cierto que, como dijo Engels, hoy sólo la clase obrera ha conservado interéspor la teoría y la comprende. La sed de conocimientos que demuestra la clase obrera es una de las manifestaciones culturales más notables de la lucha de clases contemporánea. En un sentido moral, la lucha de la clase obrera es también un índice dela renovación cultural de la sociedad. Pero la participación activa de los trabajadores en el avance de la ciencia está sujeta al cumplimiento de condiciones sociales muy bien definidas.
En toda sociedad de clases, la cultura intelectual (arte y ciencia) es una creación de la clase dominante; y el objetivo de esta cultura es en parte asegurar la satisfacción directa de las necesidades del proceso social, y en parte satisfacer las necesidades intelectuales de la clase gobernante.
En la historia de luchas de clase anteriores,la clase aspirante al poder (como el Tercer Estado en tiempos recientes) podía anticipar su dominio político instaurando un dominio intelectual, en la medida en que, siendo una clase dominada, podía instaurar una nueva ciencia y un nuevo arte contra la cultura obsoleta del periodo decadente.
El proletariado se halla en situación muy distinta. En tanto que clase no poseedora, no puede crear espontáneamente en el curso de su lucha una cultura intelectual propia, a la vez que permanece en el marco de la sociedad burguesa. Dentro de dicha sociedad, mientras existan sus bases económicas, no puede haber otra cultura que la cultura burguesa.
Aunque ciertos profesores “socialistas” proclamen que el hecho de que los proletarios vistan corbata, utilicen tarjeta y manejen bicicletas son instancias notables de la participación en el progreso cultural, la clase obrera en cuanto tal permanece fuera de la cultura contemporánea. A pesar de que los obreros crean con sus manos el sustrato social de esta cultura, sólo tienen acceso a la misma en la medida en que dicho acceso sirve a la realización satisfactoria de sus funciones en el proceso económico y social de la sociedad capitalista.
La clase obrera no estará en condiciones de crear una ciencia y un arte propios hasta que se haya emancipado de su situación actual como clase.
Lo más que puede hacer hoy es salvar a la cultura burguesa del vandalismo de la reacción burguesa y crear las condiciones sociales que son requisitos para un desarrollo libre de la cultura. Incluso dentro de estos límites, los obreros, dentro de la sociedad actual, pueden avanzar sólo en la medida en que creen las armas intelectuales que necesitan en la lucha por su liberación.
Pero esta reserva le impone a la clase obrera (mejor dicho, a los dirigentes intelectuales de la clase obrera) márgenes muy estrechos en el campo de la actividad intelectual. Toda su energía creadora está relegada a una rama específica de la ciencia, la ciencia social. Porque, en tanto que “gracias a la vinculación peculiar de la idea del Cuarto Estado con nuestra época histórica”, el esclarecimiento relativo a las leyes del desarrollo social se ha vuelto esencial para los obreros en la lucha de clases, esta vinculación ha dado buenos frutos en la ciencia social y el monumento a la cultura proletaria de nuestro tiempo es... la doctrina marxista.
Pero la creación de Marx, que como hazaña científica es una totalidad gigantesca, trasciende las meras exigencias de la lucha del proletariado para cuyos fines fue creada. Tanto en su análisis detallado y exhaustivo de la economía capitalista, como en su método de investigación histórica con su infinito campo de aplicación, Marx nos ha dejado mucho más de lo que resulta directamente esencial para la realización práctica de la lucha de clases.
Sólo en la proporción en que nuestro movimiento avanza y exige la solución de nuevos problemas prácticos nos internamos en el tesoro del pensamiento de Marx para extraer y utilizar nuevos fragmentos de su doctrina. Pero como nuestro movimiento, como todas las empresas de la vida real, tiende a seguir las viejas rutinas del pensamiento, y aferrarse a principios que han dejado de ser válidos, la utilización teórica del sistema marxista avanza muy lentamente.
Si, pues, detectamos un estancamiento en nuestro movimiento en lo que hace a todas estas cuestiones teóricas, ello no se debe a que la teoría marxista sobre la cual descansan sea incapaz de desarrollarse o esté perimida. Por el contrario, se debe a que aún no hemos aprendido a utilizar correctamente las armas intelectuales más importantes que extrajimos del arsenal marxista en virtud de nuestras necesidades apremiantes en las primeras etapas de nuestra lucha. No es cierto que, en lo que hace a nuestra lucha práctica, Marx esté perimido o lo hayamos superado. Por el contrario, Marx, en su creación científica, nos ha sacado distancia como partido de luchadores. No es cierto que Marx ya no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras necesidades todavía no se adecúan a la utilización de las ideas de Marx.
Así, las condiciones sociales de la existencia proletaria en la sociedad contemporánea, condiciones desentrañadas por primera vez por Marx, se desquitan con la suerte que le imponen a la propia teoría marxista. Aunque esa teoría es un instrumento sin igual para la cultura intelectual no se la utiliza porque, imposible de aplicar a la cultura burguesa, trasciende enormemente las necesidades de la clase obrera en materia de armas para la lucha diaria. Recién cuando la clase obrera se haya liberado de sus condiciones actuales de existencia, el método de investigación marxista será socializado junto con todos los demás medios de producción para utilizarlo en beneficio de la humanidad en su conjunto y para poder desarrollarlo en toda su capacidad funcional.
https://www.marxists.org/espanol/luxem/03Estancamientoyprogresodelmarxismo_0.pdf
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i Kart Grün (1817-1887): predicador del socialismo “verdadero”, tendencia reaccionaria que floreció en Alemania en la década del 40 entre la intelligentsia pequeñoburguesa. Sustituían la prédica del socialismo por la
del amor y la hermandad, y negaban la necesidad de la revolución democrático-burguesa.
ii Claude Henri Saint-Simón (1760-1825): socialista utópico francés.
iii George Bernard Shaw (1858-1950): dramaturgo irlandés; socialista fabiano; escribió Hombre y superhombre, Pigmalión, Santa Juana, etcétera.
iv Henry Mayers Hyndman (1842-1921): socialista inglés; uno de los fundadores, en 1884, de la Federación Social Demócrata. Fue expulsadoen 1916 del Partido Socialista británico por apoyar la guerra.